dilluns, 1 de gener del 2007

Barajas i l'autista de la Moncloa

"Explosión controlada". Joseba Arregui.

Creíamos que podían haber cambiado. Se nos había hecho creer que habían cambiado. Pero hemos minusvalorado las dificultades que una organización terrorista tiene intrínsecamente para saltar sobre su propia sombra: sólo si se les concede la victoria, o una victoria parcial, intentarán de verdad el salto. Cuando ETA-Batasuna ha visto que esa victoria parcial es imposible, ha comenzado a apretar la soga sobre el cuello de la democracia.

Si la ruptura de la tregua es definitiva -y con ETA siempre es necesario colocar condicionales a las afirmaciones- todos debiéramos extraer algunas lecciones. Para no volver a cometer las mismas equivocaciones. Una primera lección es que los acontecimientos llamados internacionales quizá no tengan tanto efecto en la lógica de ETA como se les ha atribuido: ETA sabe que puede seguir actuando como si el terrorismo internacional no existiera. No le afecta tanto como se ha creído.

Una segunda lección radica en que el argumento de la profecía que provoca su propio cumplimiento, mantener la esperanza de que ETA no puede volver a atentar y a matar porque esa esperanza es el mayor freno para que pueda volver a actuar, no funciona: ETA puede reírse a carcajadas de esos juegos florales a los que nos entregamos los periodistas y los comentaristas de los medios.

Una tercera lección estriba en que debemos tener mucho más cuidado con los juegos de lenguaje: a ETA no le sirven las ambigüedades. Sólo le sirve, llegado el momento decisivo, el lenguaje claro que proclama su victoria, la consecución de sus metas, al menos parcialmente. Y tampoco le sirve que los demás adoptemos su lenguaje, mientras esa adopción sea sólo oral: podemos hablar de mesas, de conflicto, de proceso de paz, de ampliación de consenso, pero todo ello no sirve de nada si ese lenguaje no va acompañado del lenguaje institucional que es el que a ETA de verdad le importa: el cambio de marco jurídico-institucional, para Euskadi y para España.

Pero la lección fundamental que se debe extraer de lo que viene sucediendo es que nunca se puede iniciar un proceso parecido, nunca se puede intentar poner fin de forma dialogada a ETA sin el consenso básico de los grandes partidos que pueden asumir el gobierno del Estado, consenso necesario para que la actuación de todos los poderes públicos, e incluso de los medios de comunicación y de las asociaciones de la sociedad civil, camine, con sus discrepancias, pero en la misma dirección. Es el mayor error que hemos cometido esta vez.

Santiago Abascal:

El atentado de Barajas es monstruoso. Sobra decirlo. Todos ustedes han visto las imágenes de la devastación y el rostro desolado de los familiares de los desaparecidos. El atentado es obra de ETA. Sobra también decirlo pero es oportuno tras las acusaciones de Pepiño Blanco al PP en el sentido de que se culpaba del mismo al Gobierno.

En todo caso, el Gobierno tiene mucho que ver en el rearme –en sentido estricto y en sentido figurado- de la organización criminal que ha puesto la bomba en Barajas. Y el Gobierno es –además- responsable, culpable, autor material, de dos ruedas de prensa nauseabundas (una el día anterior al crimen y otra inmediatamente después de él). En la primera comparecencia Zapatero nos vendió optimismo y aromas de rosa y la definición horripilante de los atentados como "trágicos accidentes mortales". Después, en un acto de humillación y ridículo para Zapatero, llegó la megabomba etarra con la que el presidente hubo de engullir su optimismo. Horas después llegó la vergüenza y la indecencia de Zapatero en una rueda de prensa indigna de un país
democrático y de un presidente decente. Una hora antes había hablado uno de los autores morales del crimen: Arnaldo Otegi.

Otegi habló –en libertad bajo fianza- en nombre de ETA-Batasuna, no fue detenido, desafió al Gobierno y dijo que el proceso no había de romperse. Zapatero, una hora después, conociendo esas declaraciones, dijo que ya había advertido de que el proceso sería "largo, duro, y difícil" y que "hoy es un día difícil". El proceso, por lo tanto, sigue. Zapatero, en consecuencia, coincidió esencialmente en sus posiciones con el capo de la mafia que colocó el explosivo devastador.

"El espejo roto". Antonio Elorza.

Y ahora, ¿qué hacer? Hay dos posibilidades. Una, que ETA explique el atentado como respuesta inevitable y no deseada, pues las fieras como se sabe quieren la paz, por la negativa del Gobierno a cumplir los compromisos que les llevaron a declarar el ‘alto el fuego’. Ante ello, por parte del Ejecutivo, habrá protestas de haber sido vilmente engañado, acusaciones contra el PP que sembró el malestar, etcétera, pero sin otro remedio que volver a la vía policial. Otra posibilidad es que con todo cinismo ETA presente la bomba como una advertencia del deterioro a que se ha llegado. El Gobierno se contentaría entonces con una declaración grandilocuente, volvería la acción policial, pero las puertas seguirían abiertas. Y el futuro, cerrado.

Es también la ocasión para revisar de una vez por todas la forma de hacer política, y de presentar esa política, por parte de Zapatero. Ante problemas graves, el principio de que ‘gracias a mí todo va mejor en el mejor de los mundos’ sólo sirve para agravarlos. ZP debió anunciar que ‘la paz’ no iba a ser aceptada por ETA si él mantenía la legalidad constitucional en la negociación, con las consecuencias previsibles, poniendo en guardia a la opinión pública. Cuando las cosas son tan claras, las maniobras no sirven. Lo mismo sucedió con el Estatut, cuyos efectos disgregadores, Galicia incluida, apenas han empezado a sentirse.