Durante la mayor parte de la Guerra Civil, Azaña residió en Barcelona: allí pasó de amigo a enemigo de Catalunya. Ninguneado por la Generalitat, Azaña se quedó atónito al ver de cerca cómo actuaba la clase política catalana: los crímenes impunes del verano de 1936, la ineficacia del Govern y las luchas partidistas internas, la constante vulneración del Estatut por arrogarse la Generalitat competencias que no tenía, las miserables rivalidades personales y, finalmente, los fratricidas sucesos de mayo de 1937. Fue entonces cuando escribe su conocida obra testamentaria La velada de Benicarló, lectura muy conveniente en estos tiempos de memoria histórica. Conmovido por el desastre, Azaña arremete entonces duramente contra los políticos de Catalunya por su demagogia victimista, sus frívolos personalismos y su deslealtad para con el resto de la España republicana: “Lo mejor de los políticos catalanes es no tratarlos”.
Azaña creía en la autonomía de Catalunya, por eso defendió en su momento el Estatut. Pero al contemplar cómo actuaban los políticos catalanes de aquella época, comprobó que utilizaban el Estatut como un simple instrumento para otras finalidades y que el Estado de derecho y la República les importaban bien poco. De amigo de Catalunya pasó a ser un claro enemigo, un españolista, un castellano que no entiende a los catalanes. Que fuera republicano era un mero accidente, lo importante era lo otro.
(Josep Pla)
divendres, 31 d’octubre del 2008
La malaltia catalana
Francesc de Carreras: