dimecres, 17 de febrer del 2010

L'euro com a problema... i com a solució

Krugman: "el problema básico ha sido el orgullo desmedido, la arrogante idea de que Europa podía hacer que funcionara una moneda única a pesar de los fuertes motivos que había para creer que no estaba preparada".

Alberto Recarte: "La de los pocos euroescépticos, entre los cuales me contaba y me cuento, era la opuesta: "primero las reformas y después el euro". Ese posicionamiento nos costó a los que defendíamos esa política la calificación de "extremistas" y "antieuropeos" por parte del Gobierno del PP. Una reacción no muy diferente a la del Gobierno de Rodríguez Zapatero, que en 2007 nos tachaba de "antipatriotas" a los que creíamos que ya vivíamos una tremenda crisis económica.

Un altre economista que va predir que un xoc asimètric faria molt de mal va ser Xavier Sala i Martín. El xoc s'està produïnt. Els liberals "radicals" tenien raó. El problema ara és: què fer? Per Sala i Martín, la moneda única ofereix, paradoxalment, una possibilitat de sortida:
...los temores que me llevaron a concluir hace diez años que el euro era una mala idea se han hecho realidad. Pero no me voy a poner ninguna medalla porque… ¡he cambiado de opinión!: en mi análisis de entonces infravaloré algo que hoy me lleva a pensar que la moneda única puede haber sido y puede seguir siendo buena para sus países miembros. Me explico. El proceso de europeización de España permitió hacer necesarias e importantes reformas bajo la excusa de que “Europa lo requería”. Por ejemplo, los criterios de Maastricht para entrar en el euro requerían que el déficit fiscal fuera inferior al 3% del PIB. La reducción del déficit impuso una disciplina fiscal que, a la postre, fue muy beneficiosa para el país. Cuando los diferentes grupos de presión se dirigían al Gobierno pidiendo subsidios y ayudas, este se podía negar con la excusa perfecta: “yo te daría el dinero… pero es que Europa no me lo permite”. Bajo ese pretexto se eliminó el déficit fiscal, se redujo la deuda pública, se rebajó la inflación hasta niveles civilizados y se abarataron los tipos de interés. Nada de eso hubiera sucedido sin el euro.

Pues bien, España se encuentra en una nueva encrucijada y el euro puede ser otra vez la solución. La crisis actual ha puesto de manifiesto que la productividad de muchos trabajadores españoles es preocupantemente baja, hasta el punto de que no compensa el salario que cobran. Cuando los salarios son más altos que la productividad, las empresas despiden trabajadores y el paro se dispara. Hay que volver a equiparar salarios y productividad.

Para ello sólo hay dos posibilidades: reducir los salarios y aumentar la productividad. No hay más. Algunos analistas (entre los que destacan importantes y barbudos economistas de izquierda con premio Nobel incluido) abogan por las reducciones salariales. En mi modesta opinión de economista sin premio Nobel, creo que se equivocan: hay que apostar por la productividad. Ahora bien, que quede claro que eso no va a ser fácil ya que requiere unas reformas que van a chocar frontalmente con los intereses de importantes grupos de presión: habrá que reformar el sistema educativo y eso molestará a los profesores, habrá que reformar el mercado laboral y eso contará con la oposición de los sindicatos, habrá que reducir el exceso de regulación y eso fastidiará a ecologistas, habrá que reformar el sistema financiero y eso incomodará a cajas y bancos, habrá que reformar la función pública y eso enfurecerá a funcionarios o habrá que reformar el Estado de bienestar (incluido el sistema de pensiones y asistencia sanitaria) y eso alienará a los votantes progresistas.

¡Sí! Todas estas reformas van a levantar ampollas políticas. Pero es imperativo que se lleven a cabo porque la alternativa es o la reducción masiva de salarios o unos niveles de paro inaceptablemente altos durante décadas. La pregunta es: ¿se pueden implementar tan impopulares medidas cuando los líderes políticos tienen miedo de enfrentarse a los grupos de presión? No lo sé, pero se podría intentar la solución de los años noventa: ¡darle las culpas a Europa! Para ello sería importante que los países de la verdadera Champions League europea (y en particular Alemania) pidieran que las ayudas que van a tener que dar a los otrora fanfarrones de la periferia para salvar el euro, tengan como contrapartida la implementación de reformas de fomento de la competitividad. Los gobiernos de Grecia, España, Portugal e Italia, por su parte, deberían aprovechar esas imposiciones europeas para sacarse de encima la presión de los lobbies interesado
s.

Es muy fácil ser líder cuando el viento sopla a favor. Ahora bien, cuando la cosa está cuesta arriba los fachendas se paralizan y entonces sólo queda lo único que ha funcionado bien en Europa en los últimos cincuenta años: el liderazgo alemán.