
L'escriptor peruà, avergonyit per l'actuació d'Holanda, ens recorda en un
article recent "que no se amansa a los tigres echándoles carnes frescas e inocentes y mandándoles besos".
El año pasado la conocí, en un encuentro en Amsterdam, y me impresionó la tranquila serenidad y la inteligencia con que esta bella muchacha (parece aún más joven de lo que es) criticaba a los políticos e intelectuales europeos que, en nombre del multiculturalismo, se abstenían de criticar las prácticas bárbaras del islam contra la mujer, como si las víctimas del fanatismo debieran sentirse solidarias de una fe y una creencia que constituían su 'identidad cultural'. En la breve charla que tuvimos le agradecí que hubiera expresado con tanta coherencia y de manera tan persuasiva lo que yo siempre he creído: que toda 'identidad' colectiva --nacionalista, racista, cultural o religiosa-- no es otra cosa que un campo de concentración donde desaparecen la soberanía y la libertad de los individuos. Y que recordara a los europeos lo privilegiados que son de vivir en sociedades abiertas, donde, en principio, se respetan los derechos humanos y los hombres no pueden tratar a las mujeres como esclavas, so pena de ir a la cárcel. El caso de esta luchadora somalí no es el único pero sí uno de los más admirables de personas del tercer mundo que parecen entender mejor, y defender con más convicción y brío, lo más valioso que ha dado al mundo la cultura occidental.
Como Ayaan Hirsi Ali, en vista de la impaciencia con que tantos intimidados holandeses parecen querer librarse de ella, ha anunciado que se mudará a los Estados Unidos, donde una fundación le ha ofrecido refugio, ahora no solo los inquisidores islamistas, también algunos escribidores occidentales la acusan ya de haberse vendido al imperialismo, acusaciones en las que es difícil discernir qué prevalece: si la estupidez, la vileza, o ambas cosas.
No es esta justiciera somalí la que pierde, aunque salga derrotada de esta batalla. Es Holanda. Ha dado un espectáculo deprimente y lamentable, de pequeñez moral, de politiquería hipócrita, de deshonor y cobardía. Parece mentira que en el país donde padeció su martirio Ana Frank, todavía no haya quedado claro que no se amansa a los tigres echándoles carnes frescas e inocentes y mandándoles besos volados: esto, más bien, les atiza el apetito y les afila los colmillos y las garras.