dijous, 15 d’abril del 2010

Grècia, cap a la suspensió de pagaments?

Simon Johnson y Peter Boone:
Kazajistán puede estar muy lejos de la eurozona, pero sus experiencias económicas recientes son altamente relevantes para las tribulaciones actuales del euro. Mientras los países de la moneda única luchan contra las crisis de deuda y por la austeridad de sus miembros más débiles, Kazajistán está surgiendo de un colapso generalizado del sistema bancario con una recuperación económica sólida.

Durante gran parte de la década pasada, un despilfarro de préstamos se apoderó de Kazajistán, por cortesía de los bancos globales –como sucedió en gran parte del sur de Europa–. La toma de crédito en el exterior por parte de los bancos kazajos llegó a representar cerca del 50% del PIB, y muchos de estos fondos se utilizaron para proyectos de construcción.

Mientras entraba dinero a raudales, los salarios subían, los precios de los bienes raíces alcanzaban niveles próximos a los parisinos y la gente se engañaba a sí misma pensando que Kazajistán se había convertido en el último ‘tigre’ de Asia.

La fiesta llegó a un fin estrepitoso en 2009, cuando dos bancos de inversión globales muy sagaces aceleraron los aplazamientos de pago –con la esperanza de recuperar su dinero–.

El gobierno kazajo, que venía pugnando por respaldar a sus bancos privados, ya sobredimensionados, con inyecciones de capital y nacionalizaciones, tiró la toalla y cortó el chorro. Estas entidades financieras dejaron de pagar sus créditos y los acreedores aceptaron importantes “recortes” (reducción en el valor principal).

Ahora bien –y aquí está la clave–, una vez canceladas sus deudas, hoy el sistema bancario está recapitalizado y en condiciones de respaldar el crecimiento económico. A pesar de una cesación de pago desordenada, este nuevo arranque ha generado un cambio de rumbo notable.

El caso irlandés
La estrategia de Europa occidental para lidiar con sus bancos resquebrajados es totalmente diferente. Irlanda, el ‘tigre celta’ de Europa durante la década pasada, creció en parte debido a grandes flujos de crédito que ingresaban a su “Complejo de Banca y Bienes Raíces”. La toma de crédito en el exterior por parte del sistema bancario irlandés alcanzó aproximadamente el 100% del PIB –el doble que Kazajistán–. Cuando la economía mundial se desplomó en 2008-2009, la fiesta en Irlanda ya se había terminado.

Pero es aquí donde las historias divergen, al menos hasta ahora. En lugar de hacer que los acreedores de los bancos privados aceptaran recortes, el Gobierno irlandés optó por transferir toda la carga de la deuda a los contribuyentes. Irlanda tiene un déficit presupuestario del 10% del PIB en la actualidad, a pesar de haber recortado los salarios del sector público, y planea nuevos cortes para honrar la deuda de los bancos quebrados.

Grecia se encuentra hoy en una encrucijada similar a la de Kazajistán e Irlanda: el Gobierno tomó mucho crédito en la última década y despilfarró el dinero en un sector público inflado (y sindicalizado), y no en bienes raíces modernos –y disponibles–, mientras que la deuda del Gobierno está próxima al 150% del PIB.

La aritmética es sencillamente calamitosa. Si Grecia debiera empezar a pagar sólo el interés de su deuda –en lugar de reconvertirla en nuevos créditos–, para 2011 su Gobierno necesitaría tener un excedente del presupuesto primario (o sea, sin contar los pagos de intereses) de casi el 10% del PIB. Esto requeriría, aproximadamente, otro 14% del PIB en recortes del gasto e impulsar medidas para aumentar los ingresos, lo que representaría uno de los mayores ajustes fiscales que se hayan intentado hasta el momento.

Peor aún, estos voluminosos pagos de intereses muy probablemente irían a parar a Alemania y Francia, con lo cual la economía griega se vería aún más privada de ingresos. Si Grecia alguna vez ha de pagar parte de su deuda, necesitará un programa drástico de austeridad, que se prolongue durante décadas. Un programa de este tipo haría que el PIB griego se desplomara mucho más que la marcada caída registrada por Irlanda hasta la fecha. Es más, los trabajadores públicos griegos deberían atenerse a recortes masivos de sus salarios, lo cual, en el tóxico clima político actual de Grecia, sería un camino seguro hacia niveles peligrosos de disturbios y violencia.

Los líderes europeos se equivocan si creen que Grecia puede alcanzar una solución a sus problemas recurriendo de nuevo al mercado crediticio. La economía griega simplemente no puede permitirse pagar su deuda a tasas de interés que reflejan el riesgo inherente. La única manera de refinanciar su deuda a un nivel asumible sería mediante préstamos subsidiados a largo plazo que, en definitiva, cubrirían una porción importante de las obligaciones que vencen entre los próximos 3 y 5 años. Y, incluso en condiciones tan generosas, Grecia probablemente necesitaría un ajuste fiscal abrumador del 10% del PIB para retornar a un sendero de deuda más estable.

La alternativa para Grecia sería administrar una suspensión de pagos de manera ordenada. El préstamo imprudente al Estado griego se basó en la atroz toma de decisiones de los acreedores europeos. La suspensión de pagos les enseñaría a los acreedores –y a sus gobiernos– una lección, y también a los deudores: los errores cuestan dinero y los errores propios sólo le pertenecen a uno.

Reestructuración inevitable
Cada día que pasa se hace más evidente que una reestructuración de la deuda griega es inevitable. Seguramente Grecia podrá forzar alguna forma de suspensión de pagos, y tal vez ésta sea la mejor alternativa. Incumplir el pago de la deuda sería doloroso, pero lo mismo sucedería con cualquier otra solución. Y una suspensión de pagos con una reestructuración “ordenada” inmediatamente situaría a las finanzas de Grecia en un escenario sostenible.

Tras arduas negociaciones, el Gobierno y sus acreedores probablemente terminen reduciendo la deuda de Grecia hasta la mitad. Los bancos griegos tendrían que recapitalizarse, pero luego podrían volver a generar nuevos préstamos.

Una suspensión de pagos también transferiría parte de los costes del excesivo endeudamiento de Grecia a sus acreedores. Los alemanes y los franceses necesitarían inyectar más capital en sus bancos (quizá, finalmente, se mostrarían más abiertos a una mayor regulación para impedir que esto vuelva a suceder) y todo el mundo se volvería más cauteloso a la hora de prestar a Estados soberanos derrochadores.

A fin de cuentas, al enseñarle a los acreedores una lección necesaria, una suspensión de pagos dentro de la eurozona, en honor a la verdad, podría terminar siendo un paso elemental para crear un sistema financiero europeo –y global– más saludable.