1.-
Los dos partidos mayoritarios cifran precisamente toda su esperanza electoral en el arrinconamiento del otro, y en su humillación. La alienación de la clase política española es tan grande y grave que, sinceramente, yo creo que ha olvidado que detrás o debajo de unas siglas hay electores, que incluso pueden ser calificados, con buena voluntad, de personas. Personas a las que se ha renunciado a seducir o convencer y a las que sólo se pretende destruir como si fueran, precisamente, siglas. Permítanme que cite en este sentido el último párrafo de un lúcido, muy lúcido artículo, que ha escrito hoy Carlos Martínez Gorriarán en el diario Basta Ya. El artículo se titula: “Necesitamos un nuevo partido político”. Y después de una exposición brillante, clara y razonada, acaba “Si en el PSOE es urgente un liderazgo que tenga principios y proyectos claros además de pragmatismo y astucia, en el PP urge un afinador de pianos que elimine las disonancias y estrépitos dañinos que destrozan el concierto. Pero ambos arreglos parecen remotos. El problema es este: los partidos pueden esperar lo que haga falta a democratizarse y a tomarse en serio la realidad, o no hacerlo nunca, pero la sociedad de los ciudadanos no tiene tiempo. Por tanto, y contra todo pronóstico, quizás sea más realista y sensato apoyar la creación de un nuevo partido político, algo sin duda costoso y difícil, que esperar la mejora de los existentes, quizás un imposible.”
2.-
Es frecuente que en uno u otro foro se nos pregunte por nuestra idea de España. Cada vez que escucho eso, por cierto, pienso qué mal vamos. España no es una idea. Es una acción. Es un Estado de Derecho. Es un pacto constitucional que ha dado a sus habitantes los que probablemente sean los mejores años de su historia. Si existe el nacionalismo español, es éste, y ninguna otra fantasmagoría polvorienta. España es un plebiscito diario, a la manera de Renan y el republicanismo. Pero España, sobre todo, es una acción diversa. Una de las calamidades intelectuales de nuestro tiempo es cómo los nacionalismos se han apoderado del concepto de la diversidad. Porque, paradójicamente, la gran víctima de la hegemonía del nacionalismo, es la diversidad. La garantía de la diversidad catalana, vasca, andaluza, gallega, valenciana, es España.3.-
Lamento decepcionar a los muy apasionados pero defendemos los lazos entre españoles no por el derecho histórico a saborear los gusanos del Cid. Ni tampoco por el obsceno y fascista “Amor a Cataluña”, por el sadismo de gozar a la díscola, a lo Giménez-Caballero. Ni siquiera por una sentimentalidad basada en la memoria, en los libros, en las canciones y en las historias transmitidas. De esa privacidad española podríamos disfrutar en la ciudad de Otawa, pongamos, votando, pongamos, por Michael Ignatieff.
Si defendemos esos lazos y nos preocupa el debilitamiento español es porque nos hace renunciar a algo que poseíamos por el azar de la Geografía y de la Historia, y que es algo mucho más dialéctico, tenso, diverso, estimulante y creativo que los sermones de la parroquia. Y desde el punto de vista de la protección de los derechos ciudadanos algo indiscutiblemente más eficaz. Quizá se vea más claro con un ejemplo elevado: un catalán al que limitan su posibilidad de ser español es como un español al que limitaran su posibilidad de ser europeo. Una pérdida injustificable. Un pésimo negocio ciudadano.