Hace dos años Gaspar Hernández, periodista inteligente y culto, inauguró un programa en Catalunya Ràdio, Una nit a la Terra (Una noche en la tierra), que se emitía de 1.00 a 3.00 de la madrugada. Cada noche, había una tertulia sobre asuntos intimistas o sociales en la que participaban dos invitados: editores, escritores, filósofos o poetas. Era un espacio ameno, de buen nivel y aceptación, con diferentes puntos de vista.
Gaspar me invitó desde el primer momento y yo acepté muy complacida, como tertuliana fija, una vez por semana. Todos hablaban en catalán, salvo yo, que lo hacía en castellano; nunca fue obstáculo para que nos comprendiéramos y parecía un modelo ideal de convivencia lingüística, sin rigideces, sin exclusiones.
Entiendo, leo y traduzco el catalán desde hace muchos años, pero me expreso mejor en castellano (me ocurre igual con el francés o el italiano) y vivo en una nación que tiene la suerte de ser bilingüe. Así lo es en la calle, en el metro y en la comunidad vecinal. Al inaugurar el segundo año del programa, Gaspar me felicitó. Consideraba que mis intervenciones eran muy importantes para el éxito de audiencia. Y así seguimos un año más. He compartido tertulia con Luis Racionero, con Mercedes Abad o con Sebastià Alzamora. Este año, en septiembre, empezaba el tercer año, y Gaspar contaba conmigo. Pero sorpresivamente, coincidiendo con el cambio de hora y de nombre del programa, CCRTV (Corporación Catalana de Radio y Televisión) decidió prescindir de mi participación, dado que yo hablo castellano.
Me consta que Gaspar Hernández luchó contra este despido, haciendo valer motivos de calidad profesional. No lo consiguió. Se esgrimió como causa la Carta de Principios ratificada el 17 de julio de este año, fruto del acuerdo político entre el tripartito y CiU, que recomienda la prioridad de invitados que hablen en catalán. El programa cumplía el requisito, dado que sólo yo hablaba en castellano, pero una exigencia oral exigía que se hablara sólo en catalán.
Habría que recordar que un reglamento no puede ir contra la ley y que, por el momento, y espero que también en el futuro, Cataluña es y será una nación bilingüe, por lo cual no se puede perseguir o expulsar a nadie de su trabajo por motivos lingüísticos. La libertad de expresión es un derecho constitucional que atañe a todos los ciudadanos y no se refiere exclusivamente al pensamiento, sino a las lenguas en que se emite. Una tontería es una tontería, da lo mismo en la lengua en que se diga, y una frase de Shakespeare suele ser una genialidad, en inglés, francés, castellano, catalán o checo. ¿Nos hemos olvidado de una verdad tan elemental o los intereses políticos prescinden del humanismo?
Creo haber sufrido un claro caso de persecución lingüística, como otras veces, he sufrido persecución política, bajo la dictadura uruguaya o franquista. Los fascismos tienen algo en común: siempre son excluyentes. Excluyen por motivos ideológicos, de raza, de sexo... o de lengua. Y es paradójico que me ocurra a mi, Premio Ciudad de Barcelona de Poesía en l992 por el libro que se titula precisamente Babel bárbara y donde se exalta la diversidad de lenguas, la Babel mítica. ¿Paradójico o síntoma de los tiempos que corren? Quizás no sea casual. Quien defiende Babel es discriminada. Es posible que quienes perpetraron esta exclusión ni siquiera sepan que soy Premio Ciudad de Barcelona o que luché clandestinamente contra el franquismo y a favor del catalán desde Agermanament hace muchos años. Los censores no suelen leer y tienen pésima memoria.
Als déus no els agrada Babel.