En las barriadas pobres de Caracas la retórica populista de Hugo Chávez sigue calando fuerte. Durante diez elecciones consecutivas, el presidente venezolano ha contado con el apoyo incondicional de los sectores de menos recursos. Muchos creen en su liderazgo, aunque si se les pregunta si ahora viven mejor, seguramente contestarán que no. "Pero al menos Chávez es de los nuestros y entiende lo que queremos", comenta Luisa Valencia, una vendedora de dulces.
Chávez es un dirigente carismático, con gran habilidad para llegar al ciudadano común utilizando un lenguaje popular que todos entienden. Muchos venezolanos que siempre estuvieron marginados sienten que les ha dado voz y que los tienen en cuenta. Sin embargo, aunque el presidente cuenta con un voto cautivo, no ha logrado que el apoyo se transforme en adhesión a sus ideas. El confuso socialismo chavista no atrae a la gente. Más bien produce recelo por su cercanía al castrismo.
Muchos votan a Chávez por interés, por mantener los subsidios y programas sociales que les ofrece. "Mientras me siga dando le voy a seguir votando", dice con desparpajo Elvira Torres, empleada del metro de Caracas.
Chávez alivia la pobreza, pero los pobres siguen siendo pobres. Su ayuda se basa más en dádivas que en planes estructurales que creen empleo y combatan la marginalidad. La inseguridad política, la falta de garantías jurídicas y el estatismo de la economía han destruido el 50% del tejido industrial y han provocado el cierre de la mitad de las empresas privadas. El PIB crece un 10% gracias al gasto que financian las exportaciones de petróleo, pero sin crear riqueza ni puestos de trabajo. Dos de cada tres de los 26 millones de venezolanos viven en la pobreza.
El populismo asistencialista de Chávez se materializa en las misiones, programas de subsidios que buscan aliviar problemas de salud, educación, alimentos. Millones de venezolanos pobres han aprovechado el flujo de dinero que reciben bajo escasa o nula vigilancia. El Gobierno se refiere a estas inyecciones de efectivo como "becas" y acepta que el dinero no siempre se gasta honradamente. A cambio de estas dádivas se piden pruebas de lealtad política.
En una sociedad con mayoría de excluidos y con escaso hábito de trabajo, el subsidio es la mejor palanca para ganar votaciones. Chávez utiliza los petrodólares sin cortapisas y nula fiscalización para desarrollar un hábil populismo táctico (becas, creación de una amplia red de tiendas populares con alimentos que se venden por debajo del costo real, subvenciones) que le ha dado excelentes réditos electorales. Con el precio de los hidrocarburos muy altos, con reservas monetarias que superan los 50.000 millones de dólares, el presidente venezolano tiene fondos suficientes para, de momento, mantener un generalizado asistencialismo. Sin embargo, la magia de las misiones empieza a palidecer. Muchos puestos de salud gestionados por médicos cubanos están abandonados y las tiendas sufren desabastecimiento.
En Venezuela existe una larga cultura de dádiva y subsidio, que fomentaron todos los presidentes desde que el país se montó en la riqueza petrolera. La gente considera que ese recurso natural es suyo y que, por tanto, el Gobierno le "tiene que dar". Aunque las encuestas sobre la gestión de Chávez son negativas en temas cruciales como inseguridad, empleo, respeto a la propiedad y corrupción, a la hora de votar pesan más las donaciones del Gobierno.
No importa que en el país no se creen puestos de trabajo, que las industrias cierren, que no se construyan viviendas, que las infraestructuras se deterioren. Ante la urna, cuenta más el asistencialismo del presidente.
(Josep Pla)
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diumenge, 2 de desembre del 2007
Chávez, el cacic boliviarà
Un magnífic article de Joaquim Ibarz, corresponsal de La Vanguardia a l'Amèrica Llatina. Un dels pocs periodistes de veritat que queden en aquest país.