Puede parecer fuera de lugar plantear en plena precampaña electoral cuestiones vinculadas a transformaciones políticas y sociales que requieren tiempos largos en la Historia. Cuando la atención está centrada en tácticas a muy corto plazo -parece que todo depende de la movilización electoral y que todo lo que hacen los partidos se centra en conseguir una gran movilización general, o al menos la movilización de los suyos y la desmovilización de los posibles votantes del adversario-, no hay margen para analizar tendencias a más largo plazo.
Pero estas elecciones pasarán. Tendrán sus consecuencias, mayores o menores. Tiendo a pensar que serán menores que lo que augura cada uno de los partidos para el caso de que gane el adversario. Pero, en cualquier caso, la vida seguirá, muchos de los problemas seguirán existiendo, y como decía alguien cuando escuchaba la alegría de muchos por el resultado favorable del equipo de fútbol de sus entrañas, al día siguiente el pan seguirá costando lo mismo.
Por eso no es baladí, a pesar de las presiones cortoplacistas, tratar de mirar lo que sucede en plazos más largos. A ello se refiere lo que dice el título: Se acabó el juego. Y la frase se refiere precisamente a que poco a poco en la sociedad vasca y en la política vasca se va poniendo de manifiesto que los parámetros sobre los que se ha construido la forma de hacer política van cambiando radicalmente, que los códigos que han regulado el lenguaje de la política vasca se están transformando en su propio núcleo.
Porque mucho de la política vasca de los últimos treinta años ha consistido en jugar con la política, con las palabras, con los sentimientos, con las instituciones, con los marcos, con el lenguaje, con todo lo habido y por haber, situada como estaba esa política entre la brutal agresión del terrorismo de ETA, por un lado, y la segura existencia del Estado, con toda su provisión de servicios y seguridades, por otro.
Poco a poco se va acabando el juego. Y decir en la sociedad vasca poco a poco equivale a decir que, llegado un momento determinado, ese poco a poco se convierte en transformación drástica: la secularización comenzó más tarde que en ningún otro sitio, pero fue mucho más rápida que en cualquier otro, por ejemplo. Se va acabando el juego: de pensar que porque muchos de nosotros, los nacionalistas, hacemos como que el Estado no existe, como si España, el Estado español, fuera una ficción, la realidad del Estado no se corresponde con nuestra ficción.
Se va acabando el juego de creer que en democracia los sentimientos no están sujetos a la regulación de las normas y de las leyes, a la regulación del Derecho -algo que se entiende perfectamente si en lugar de sentimientos de pertenencia nacional ponemos sentimientos de pertenencia religiosa-. Se va acabando el juego de pretender poner el valor y la legitimidad de las instituciones en suspenso: ejerciendo el poder que otorgan, pero haciendo como que no terminan de valer, que en realidad se preferiría que fueran radicalmente distintas, no legítimas, sustentadas en una legitimidad distinta a la que realmente tienen. Eso sí, sin renunciar en el entretanto a ejercer la violencia legítima que implica cobrar impuestos, detener a ladrones e imponer todo tipo de multas.
Se va acabando el tiempo de creer que hacer política es una cuestión virtual: de pasarse el día imaginando proyectos y planteamientos que no tienen nada que ver con la realidad; el tiempo de creer que hacer política es una cuestión de ingeniería jurídica, de elucubraciones, de andar inventándose estructuras imposibles, sacándose de la chistera fórmulas que lo aguantan todo sobre el papel, incluso ser contradictorias en sí mismas.
Se va acabando el juego de poner en duda, por mero interés infantil en el juego, la legitimidad democrática del Estado del que se forma parte -y reconozco que la democracia española, como todas, es muy perfeccionable-, lo que daría sentido a imaginarse las cosas más abstrusas. Se va acabando el juego de pensar que en la sociedad vasca se da, por pertenencer al Estado, una situación de opresión lingüística, de opresión fiscal, financiera y económica, de opresión cultural, casi casi de ocupación militar -¿una encuesta del Gobierno vasco preguntaba si se estaría a favor de la independencia de Euskadi si España pretendiera defender militarmente la unidad!–.
Se va acabando el juego de hacer como si el País Vasco, Euskal Herria en su significado histórico y cultural, hubiera sido una especie de paraíso mancillado desde que por la fuerza forma parte del Estado español. Se va acabando el juego de olvidar que los vascos han participado desde hace siglos en el desarrollo de esa España construida como la fuente de todos nuestros males por medio de un juego infantil, mentiroso y de graves consecuencias demasiadas veces.
Se va acabando el juego de creer que el Estado no va a ejercer como tal y que su no ejercicio es muestra de la debilidad que se le quiere suponer. Lo ha tenido que ver ETA y todo su entorno político, habituados como estaban a jugar con la violencia, con las instituciones, con la democracia, con el sistema y contra el sistema, dentro del sistema y fuera del sistema, con la reforma y la revolución, con ser militar y política al mismo tiempo. El Estado, aunque tarde, le ha dicho que se acabó, que tiene que optar por ser o lo uno o lo otro, pero no ambas cosas a la vez. La suspensión judicial de actividades de ANV y EHAK, la imposibilidad de que ANV se presente a las próximas elecciones del 9 de marzo, es una muestra de ello.
Y se ha acabado el juego también para todos aquellos nacionalistas que -con la excusa de la defensa del Estado de Derecho y de las exigencias de sometimiento al imperio del Derecho- se han escudado en el juego de ETA de jugar en el campo del antisistema y en el campo del sistema al mismo tiempo para poder ellos seguir su juego propio de estar pero sin estar, de ser pero sin ser, de permitirse el lujo de ser radicales -contrarios al sistema del Estado al que pertenecen y cuyo poder ejercen- y moderados -pilares del sistema-.
Se ha acabado el juego de denigrar la democracia a partir de la ilusión imposible de la democracia perfecta. Se ha acabado el juego de vender la utopía gozando hasta límites insospechados de los poderes que permite el ‘topos’ del poder real, el lugar del poder real, el presupuesto y su gestión partidista. Se ha acabado el juego de creerse revolucionario, rompedor, superador de límites y condiciones históricas desde el cómodo y muy real, nada utópico ni idealista ejercicio del poder.
Se ha acabado el juego de interpretar la violencia y el terror de ETA según las necesidades instrumentales del momento: como fruto del espíritu revolucionario y marxista, o como manifestación del conflicto, es decir, de raíz básicamente nacionalista, o como absurdo que impide la consecución de lo que pretende. Se ha acabado la ilusión de que los mil asesinatos de ETA para deslegitimar las instituciones estatutarias, para defender un proyecto político nacionalista, han pasado por éste sin romperlo ni mancharlo. Se ha acabado la pretensión de que después de ETA se puede seguir siendo nacionalista como si ETA no hubiera existido, como si ETA no hubiera matado, amenazado, forzado al exilio a muchos ciudadanos. Se ha acabado el juego de pretender una reconciliación imposible sin pasar por el reconocimiento del significado político de las víctimas asesinadas.
Se ha acabado la mascarada de que Batasuna -o como se llame- tenga que bajar del monte a ETA, el PNV a Batasuna, el PSE al PNV: todo el mundo es mayorcito y sabe dónde está la democracia, la real o formal, no la utópica, no la irreal, no aquélla que viniera tras la destrucción de todas las cárceles. Todo el mundo sabe cuál es el camino y cómo llegar a él. Todo el mundo sabe ya que tiene que renunciar a pretensiones absolutas, sean de sentimiento o de ideología, para poder jugar en el espacio limitado de la democracia.
Se ha acabado, por fin, el juego de conceder que el nacionalismo, este nacionalismo que huyó a Estella-Lizarra y es incapaz de encontrar el camino de vuelta, que es el camino de su homologación democrática, tiene derecho de primogenitura sobre la sociedad vasca, sobre la cultura vasca, sobre el euskera, sobre la historia vasca.
Ha llegado la hora de liberar a la sociedad vasca de las ataduras a las que le está sometiendo este nacionalismo en su conjunto, ligado por la hipoteca de la violencia que no acierta a desanudar. Ha llegado la hora de liberar la historia vasca de la unilateralidad estéril en la que la ha convertido este nacionalismo. Ha llegado la hora de liberar el futuro de todos los vascos, repito, de todos los vascos, de las limitaciones, de las virtualidades, de las ensoñaciones improductivas, de las frustraciones inevitables a las que los esta sometiendo este nacionalismo.
Como escribió Fernando Pessoa: ¿Ésta es la Hora!…Valete, Fratres.
(Josep Pla)
Adéu a Nihil Obstat | Hola a The Catalan Analyst
Després de 13 anys d'escriure en aquest bloc pràcticament sense interrumpció, avui el dono per clausurat. Això no vol dir que m'hagi jubilat de la xarxa, sinó que he passat el relleu a un altra bloc que segueix la mateixa línia del Nihil Obstat. Es tracta del bloc The Catalan Analyst i del compte de Twitter del mateix nom: @CatalanAnalyst Us recomano que els seguiu.Moltes gràcies a tots per haver-me seguit amb tanta fidelitat durant tots aquests anys.
diumenge, 24 de febrer del 2008
S'ha acabat la broma
Joseba Arregui. Com sempre, magnífic.