A la vuelta de Navidad, los españoles asistiremos con estupefacción -si algo queda- a una catástrofe histórica que marcará un jalón más en nuestra Gran Recesión. Y ella no es otra que la quiebra de una parte sustancial de nuestro sistema financiero, ése que nos hacían considerar ad náuseam hasta ayer mismo como robusto, saneado y modélico. Ello es lo que ha venido a anunciar Moody’s cuando señalaba que las pérdidas de bancos y cajas sumarían 108.000 millones de euros de pérdidas esperadas ampliables a 225.000 millones de continuar el deterioro económico, lo que supone la bancarrota y desaparición de un número considerable de entidades de un sistema considerado admirable.
Ya el año pasado el ciudadano español (si ello no implica oxímoron a estas alturas de degradación institucional) se enteraba de otro dato aterrador, celosamente ocultado: la deuda de nuestros bancos y cajas con la banca extranjera ascendía a 800.000 millones de euros, lo que explica la restricción cuasi absoluta del crédito y microcrédito, especialmente a pymes y autónomos, debido a vencimientos de la deuda contraída por nuestras entidades. Y es que así de perverso es el fenómeno que nos sucede: una Gran Recesión determinada por el colapso del sector financiero que provoca el estrangulamiento del resto de sectores económicos, que no padecían per se dificultades especiales. Así de bochornoso.
Pero para quien no abdique del pensar, la pregunta surge al punto: ¿Cómo ha sido posible tamaño cataclismo, por el cual la banca española suspende su función social -la captación de depósitos y la concesión del crédito- para acabar obligada a comprar deuda de un Estado al borde también de la ruina y que más temprano que tarde no va a poder pagar? Y una parte de la respuesta se halla en la aparición de un virus letal en las entrañas mismas de nuestras entidades financieras: el de la crisis de la verdad y la institucionalización de la mentira.
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