Adéu a Nihil Obstat | Hola a The Catalan Analyst

Després de 13 anys d'escriure en aquest bloc pràcticament sense interrumpció, avui el dono per clausurat. Això no vol dir que m'hagi jubilat de la xarxa, sinó que he passat el relleu a un altra bloc que segueix la mateixa línia del Nihil Obstat. Es tracta del bloc The Catalan Analyst i del compte de Twitter del mateix nom: @CatalanAnalyst Us recomano que els seguiu.

Moltes gràcies a tots per haver-me seguit amb tanta fidelitat durant tots aquests anys.

dimecres, 9 de juny del 2010

Hayek, número 1 en vendes a Amazon



ADDENDA.- Una cita de Hayek a "Camino de Servidumbre":
El deseo de imponer a un pueblo un credo que se considera saludable para él, no es, por lo demás, cosa nueva o peculiar de nuestro tiempo. Lo nuevo es el argumento con el que muchos de nuestros intelectuales intentan justificar tales designios. No hay real libertad de pensamiento en nuestra sociedad -se dice- porque las opiniones y los gustos de las masas están modelados por la propaganda, la publicidad, el ejemplo de las clases altas y otros factores ambientales, que inevitablemente encajan el pensamiento de la gente en gastados carriles. De esto se concluye que si los ideales y los gustos de la gran mayoría están siempre conformados por circunstancias que podemos dominar, debemos usar expresamente este poder para orientar las ideas de la gente en la dirección que pensamos es deseable.

Es bastante cierto, seguramente, que la gran mayoría apenas es capaz de pensar con independencia, que en la mayor parte de las cuestiones acepta criterios que encuentra ya fabricados y que se manifestará igualmente contenta si, por nacimiento o por seducción, se halla inserta en un conjunto de creencias u otro. En cualquier sociedad, la libertad de pensamiento sólo tendrá, probablemente, significación directa para una pequeña minoría. Pero esto no supone que alguien esté calificado o deba tener poder para elegir a quiénes se les reserva esta libertad. Ello no justifica ciertamente a ningún grupo de personas para pretender el derecho de determinar lo que la gente debe pensar o creer. Procede de una completa confusión de ideas el hecho de sugerirse que, como bajo cualquier tipo de sistema la mayoría de la gente sigue la dirección de alguien, es igual que todos sigan la misma dirección. Impugnar el valor de la libertad intelectual porque nunca significará para todos la misma posibilidad de pensamiento independiente, supone confundir por completo las razones que dan su valor a la libertad intelectual. Lo esencial para que cumpla su función como principio motor del progreso intelectual no es que todos puedan ser capaces de pensar o escribir cualquier cosa, sino que cualquier causa o idea pueda ser defendida por alguien. En tanto no se prohíba la disensión, siempre habrá alguien que tendrá por discutibles las ideas que gobiernen a sus contemporáneos y someterá nuevas ideas a la prueba de la discusión y la propaganda.

Esta interacción de los individuos que poseen diferentes conocimientos y diferentes opiniones es lo que constituye la vida del pensamiento. El desarrollo de la razón es un proceso social basado en la existencia de estas diversidades. Está en su esencia que no puedan predecirse sus resultados, que no podamos saber qué opiniones contribuirán a su desarrollo y cuáles no; en resumen, que su desarrollo no pueda ser dirigido por nuestras opiniones actuales sin restringirlo a la vez. «Planificar» u «organizar» el desarrollo espiritual o, por lo que hace al caso, el progreso en general, es una contradicción en los términos. Pensar que la mente humana debe dominar «conscientemente» su propio desenvolvimiento es confundir la razón individual, la única que puede «dominar conscientemente» algo, con el proceso interpersonal al que se debe su desarrollo. Cuando intentamos controlar este proceso no hacemos sino poner barreras a su desarrollo y, más temprano o más tarde, provocar una parálisis del pensamiento y una decadencia de la razón.

La tragedia del pensamiento colectivista es que, aun partiendo de considerar suprema a la razón, acaba destruyéndola por desconocer el proceso del que depende su desarrollo. Puede en verdad decirse que ésta es la paradoja de toda doctrina colectivista, y que es su demanda de un control «consciente» o una planificación «consciente» lo que por fuerza la lleva a pedir para una mente individual la dirección suprema; cuando sólo d enfoque individualista de los fenómenos sociales nos permite reconocer las fuerzas supraindividuales que guían el desarrollo de la razón. El individualismo es, pues, una actitud de humildad ante este proceso social y de tolerancia hacia las opiniones ajenas, y es exactamente lo opuesto de esa presunción intelectual que está en la raíz de la demanda de una dirección completa del proceso social.