Al blog dels editors de la BBC en espanyol, Adrián Fernández
intenta explicar perquè la cadena britànica no utilitza mai la paraula terrorista per qualificar ningú, persona o institució. Fernández, que cita el llibre d'estil de la casa, diu:
Nuestra credibilidad se ve socavada por el uso descuidado de palabras que conlleven juicios emocionales o de valor. La palabra "terrorista" en sí misma puede ser un obstáculo, más que servir de ayuda para entender lo acontecido. Deberíamos informar sobre los hechos tal y como los conocemos y dejar las valoraciones a otras personas...Tenemos la responsabilidad de ser objetivos e informar de modo que permitamos a nuestra audiencia sacar sus propias conclusiones sobre quien está haciendo qué a quién."
O sea, en pocas palabras, no nos interesa el periodismo de etiquetas, queremos contar lo que pasa y dejar que las calificaciones en todo caso las hagan otros. (...) Es simplemente que nosotros en el Servicio Mundial de la BBC no ultilizamos ese adjetivo.
El problema,
com diu l'Arcadi Espada, és que aquí terrorista és substantiu:
Ciertamente, los adjetivos son libres. Sin embargo, el grave problema del editor Fernández es que terrorista, en el sentido que aquí se dilucida, no es adjetivo sino sustantivo. Es decir, no pertenece al ámbito adjetivo de los comentarios sino al objetivo de los hechos; ese ámbito al que con mundial prosopopeya el editor Fernández dice atenerse. Terrorista, contra lo que él cree, es una descripción meramente técnica, donde terror es al hombre lo que madera al carpintero. Terrorista no prejuzga moral alguna y debería quedarse tranquilo el editor Fernández: puede haber terroristas buenos. Sólo hace falta que pregunte a sus madres. O al venerable Mandela, cuya experiencia cita para justificar la imposibilidad de utilizar el vocablo. No hay imposibilidad alguna: Mandela, como Moshe Dayan, fue un terrorista.
Es evidente que detrás de los terrores de la BBC se halla el problema de distinguir entre el terrorismo y la guerra, y entre la violencia de los estados y la de los grupos. Pero el problema no se soluciona impartiendo vacuas lecciones de objetividad periodística ni confiando en la superstición de que con la desaparición de la palabra desaparece el problema.