Incòmode per la dreta, traidor per l'esquerra
Valdeón Blanco, a la columna d'Arcadi Espada a "El Mundo":
Nació en Portsmouth, Inglaterra, en 1949. Hijo de un oficial de la marina, estudió en Cambridge y Oxford. Allí, igual que tantos antes, practicó el exquisito juego de la diurna indignación solidaria y el nocturno, dialéctico intercambio de alcoholes y otros fluidos. Su trayectoria resume a una generación que pasó del maoísmo al troskismo y al fin alcanzó con Marx, partiendo de la nada, la más absoluta de las miserias. A diferencia de muchos de sus correligionarios, dopados de ideas fosilizadas, recompuso los pedazos rotos. Ante todo fue periodista. Notario. Convencido de que la verdad existe, de que no se trata de un ectoplasma o un subjetivo chalaneo. En Chipre, Argentina, la España de entonces, Irán o Corea del Norte afiló a hostia limpia la máquina de escribir.
Tampoco renunció al materialismo, no crean, sino que supo adaptarlo y adaptarse para reconocer, al mismo tiempo, que prefería la peor de las opciones políticas en una democracia como la de EEUU que cualquier reino de iluminados ayatolás, tocando y cortando pirolas a ritmo de siniestro total. Lo recordarán hoy por sus estocadas contra la religión (Dios no es bueno), eterno combustible de variados totalitarismos. Conviene no perderse tampoco sus textos autobiográficos, sus reflexiones respecto a Kissinger (Juicio a Kissinger) o la Madre Teresa de Calcuta (The missionary position: Mother Teresa in theory and practice), sus Cartas a un joven disidente, su reivindicación de Orwell o Thomas Jefferson, sus columnas para Vanity Fair... Todo Hitchens es poco cuando comiste su venenoso fruto. Hay que leerlo. Y releerlo. Y relamerse. Aunque sea por el placer masoca de comprobar que tus neuronas vuelven a rular, doloridas pero cachondas ante la radiación de un pensamiento irónico, trágico, y vehemente, crudo y liberador, felices ellas de que después de tantos y tan desconsiderados años las ejercites.