En 1958, Isaiah Berlin pronunció su famosa conferencia “Dos conceptos de libertad” en la que diferenciaba entre libertad negativa y libertad positiva. La primera, entendía el concepto de libertad como ausencia de coacción, cuando una persona no está forzada a cumplir la voluntad de otra; la segunda, como posibilidad de autorrealización, como capacidad de satisfacer deseos y aspiraciones.
Según Berlín, la primera, la libertad negativa, es el fundamento de las democracias liberales, basado en un concepto político racional, objetivo y genuino de la libertad. Por el contrario, la segunda, la libertad positiva, es un concepto metafórico dónde la libertad ya no se define por su relación social con los demás sino por la voluntad subjetiva de poder satisfacer deseos y aspiraciones, ya sean materiales y/o intelectuales. Esta concepción positiva de la libertad, de profundas raíces románticas y muy seriamente cuestionada por las neurociencias, es la preferida de las ideologías intervencionistas, cuando no totalitarias, que encuentran en la satisfacción de los deseos de la gente una justificación de toda clase de políticas públicas.
Pues bien, de la misma manera que hay dos tipos de libertad, también existen dos conceptos distintos de democracia. El equivalente a la libertad negativa seria la democracia liberal, mientras que el vástago de la libertad positiva sería la democracia absoluta. En la primera, el valor principal no es tanto la elección del gobernante como los límites fijados a su poder. Para la democracia liberal la piedra angular de la política no es quién gobierna sino cómo gobierna. Por el contrario, para la democracia absoluta el principal valor es la voluntad de la mayoría, que no está sometida a ninguna limitación política. Para ella, la política es el principio y el fin de la democracia. No hay valores previos, pre existentes, yusnaturalistas o evolutivos, que puedan estar por encima de la voluntad política general.
La originalidad y modernidad de la democracia liberal se fundamenta en que, por primera vez en la historia, el gobierno está sujeto a unos límites que no puede vulnerar. Esos límites son los derechos humanos, los derechos políticos y el respeto a las minorías. La función del gobierno ya no es la de imponer modelos religiosos o ideológicos a todos los ciudadanos sino el garantizar que los ciudadanos puedan vivir libremente según sus convicciones y posibilidades. Por eso, las Constituciones nacieron para limitar todo poder; el poder de las monarquías absolutas, sí, pero también y especialmente el poder de las mayorías.
La derecha liberal y/o conservadora y la socialdemocracia clásica asumen el modelo de democracia liberal, mientras que las izquierdas radicales, rojas o verdes, y los nacionalismos más o menos amables optan por la democracia absoluta. Una democracia absoluta que resulta seductora en un momento en que las sociedades occidentales viven bajo el influjo de concepciones neorrománticas que explotan las emociones y fanatizan la razón. Es por ello que corremos el peligro que, de la misma manera que la libertad positiva socava la libertad negativa, la democracia absoluta puede acabar también con la única democracia real: la democracia liberal.
(Josep Pla)
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