Qui s'atreviria a portar pels carrers i institucions de la respectable Unió Europea una samarreta amb la cara estampada de Hitler, Franco o Pinochet? Ningú, llevat d'un dement. En canvi, els rostres del Che, Castro, Mao, Ho Xi Min i, fins i tot, Stalin, es poden lluïr impunement. No només no escandalitzen sinó que, fins i tot, fan gràcia. I és que en la història del segle XX els assassins no ho són en funció de les víctimes que han provocat sinó de la ideologia que ostentaven. Si assassinaven en nom del progrés, del socialisme o de la societat sense classes, eren justiciers. Persones que, com el Che, eren capaces d'emocionar-se per la humanitat però incapaces de sentir el més mínim sentiment per les persones concretes del seu entorn. No hi ha revolució sense morts. No es pot fer un truita sense trencar els ous. Pel contrari, els que assassinaven per impedir una dictadura totalitària, aquests eren més criminals que ningú, fins i tot si les societats que deixaven no estaven en la misèria i preservaven alguns drets civils.
Si s'han de jutjar els dictadors -jo m'hi apunto- s'han de jutjar tots, els de dretes i els d'esquerres. El problema, però, és que l'esquerra no pot suportar la comparació.
Alvaro Vargas Llosa ha escrit una sèrie d'articles per desmitificar un dels grans assassins del segle XX: Ernesto "Che" Guervara. Davant la dificultat de lincar-los, els transcric íntegrament.
El Che Guevara, que hizo tanto (¿o fue tan poco?) por destruir el capitalismo, se ha convertido ahora en una marca quintaesencialmente capitalista. Su imagen adorna jarros de café, encendedores, llaveros, billeteras, gorras de béisbol, sombreros, pañuelos, musculosas, bolsos, jeans, té de hierbas y, por supuesto, las omnipresentes remeras con la foto, tomada por Alberto Korda, del ídolo socialista con su boina durante los primeros años de la revolución, cuando el Che apareció por casualidad dentro del visor del fotógrafo y que aún es, 38 años después de su muerte, el logo del chic revolucionario (¿o es capitalista?). Incluso hay un jabón en polvo cuyo eslogan es: "Che lava más blanco."
Los productos Che están comercializados por grandes corporaciones y por empresas pequeñas, como la Burlington Coat Factory, que hizo una publicidad de TV en la que aparece un joven con pantalones de fajina y una remera del Che, o la Boutique Flamingo, de Union City, Nueva Jersey, cuyo dueño respondió al enojo de los exiliados cubanos locales con este devastador argumento: "Vendo cualquier cosa que la gente quiera comprar."
Los revolucionarios también se suman a este furor comercial, desde "The Che Store", que ofrece "todas tus necesidades revolucionarias" por Internet, hasta el escritor italiano Gianni Minà, quien vendió a Robert Redford los derechos cinematográficos del diario del Che sobre su viaje juvenil por Sudamérica en 1952, a cambio de que se le diera acceso al rodaje del film "Diarios de motocicleta" (foto real / foto film), para que Minà pudiera producir su propio documental.
Por no hablar de Alberto Granado, quien acompañó al Che en su viaje de juventud y asesora hoy a documentalistas, y que ahora, según El País, se queja de que el embargo estadounidense a Cuba le dificulta mucho el cobro de sus regalías.
Para dar aún más fuerza a la ironía, el edificio donde nació Guevara, en Rosario, una espléndida construcción de principios del siglo XX, estuvo hasta hace poco ocupado por el fondo de jubilaciones privadas AFJP Máxima, un hijo de la privatización de la seguridad social en la Argentina.
La metamorfosis del Che Guevara en una marca capitalista no es nueva, pero recientemente ha experimentado una reactivación. Una reactivación especialmente notable, ya que aparece años después del colapso político e ideológico de todo lo que Guevara representaba.
Esta imprevista reanimación se debe en gran parte a "Diarios de motocicleta", la película producida por Robert Redford y dirigida por Walter Salles (uno de los tres films más importantes rodados o en proceso de filmación durante los últimos dos años).
Bellamente filmada en paisajes que evidentemente han escapado a los efectos corrosivos de la polución capitalista, la película muestra al joven en su viaje de autodescubrimiento, mientras su incipiente conciencia social se enfrenta a la explotación social y económica, preparando así el terreno para la reinvención New Wave del hombre al que Sartre una vez llamó el ser humano más completo de nuestra época.
Pero para ser más preciso, el actual renacimiento del Che empezó en 1997, con el trigésimo aniversario de su muerte, cuando cinco biografías de Guevara llegaron a las librerías y se descubrieron sus restos mortales cerca de una pista de aterrizaje del aeropuerto boliviano de Vallegrande, después de que un general retirado boliviano, con un espectacular sentido de la oportunidad, revelara el lugar exacto de la sepultura. El aniversario volvió a concentrar la atención en la famosa foto de Freddy Alborta, donde el cadáver del Che se ve tendido sobre una mesa, escorzado y muerto y romántico, con la apariencia del Cristo en una pintura de Mantegna.
Es habitual que los seguidores de un culto no conozcan la historia de la vida real de su héroe, la verdad histórica. No resulta sorprendente que los seguidores contemporáneos de Guevara, sus admiradores poscomunistas, también se engañen a sí mismos aferrándose a un mito. Excepto los jóvenes argentinos que han creado una expresión que rima perfectamente en castellano: "Tengo una remera del Che y no sé por qué."
Consideremos algunas de las personas que recientemente han esgrimido o invocado la imagen de Guevara como modelo de justicia y rebelión ante el abuso de poder. En el Líbano, los manifestantes que protestaban contra Siria ante la tumba del ex primer ministro Rafik Hariri enarbolaban la imagen del Che.
Thierry Henry, un jugador de fútbol francés que juega para Arsenal, en Inglaterra, se presentó en una fiesta de gala organizada por la FIFA, la institución mundial del fútbol, con una remera roja y negra con la imagen del Che.
En una reseña reciente aparecida en The New York Times, sobre "Land of the Dead", de George Romero, Manohla Dargis señaló que "el mayor shock que esto provoca probablemente sea la transformación de un zombi negro en un justo líder revolucionario" y agregó: "Supongo que, después de todo, el Che realmente vive".
Maradona exhibió el emblemático tatuaje del Che en su brazo derecho durante un viaje a Venezuela, donde se reunió con Hugo Chávez. En Stavropol, en el sur de Rusia, los manifestantes que denunciaban pagos en efectivo a cambio de concesiones de asistencia social, tomaron la plaza central enarbolando estandartes del Che. En San Francisco, City Lights Books, la legendaria cuna de la literatura beat, ofrece a sus visitantes una sección dedicada a América latina en la que la mitad de los estantes están ocupados por libros del Che. José Luis Montoya, un oficial de la policía mexicana que combate el narcotráfico, usa una muñequera del Che, porque lo hace sentir más fuerte. En el campamento de refugiados de Dheisheh, en Cisjordania, los pósteres del Che adornan un muro que rinde tributo a la Intifada. Una revista dominical dedicada a la vida social en Sydney, Australia, publica la lista de los tres invitados más deseados para una cena: Alvar Aalto, Richard Branson y el Che Guevara. Leung Kwok-hung, el rebelde electo como miembro del Consejo Legislativo de Hong Kong, desafía a Pekín usando una remera del Che. En Brasil, Frei Betto, el asesor del presidente Lula da Silva que está a cargo del publicitado programa Hambre Cero, dice que "deberíamos haberle prestado menos atención a Trotsky y mucha más al Che Guevara". Y en la ceremonia de los premios Oscar de este año, Carlos Santana y Antonio Banderas interpretaron la canción de "Diarios de motocicleta", y Santana se presentó luciendo la remera del Che y un crucifijo.
Las manifestaciones del nuevo culto al Che están en todos lados. Una vez más, el mito provoca el entusiasmo de gente cuyas causas, en su mayoría, representan exactamente lo opuesto a lo que era Guevara.
Ningún hombre carece de cualidades que lo redimen. En el caso del Che Guevara, esas cualidades pueden ayudarnos a medir la magnitud del abismo que separa la realidad del mito. Su honestidad (más bien, su honestidad parcial) hizo que dejara testimonio escrito de sus crueldades, incluyendo cosas verdaderamente feas, pero no las más feas. Su valor -que Castro describió como "su manera, en cada momento difícil y peligroso, de hacer las cosas más difíciles y peligrosas"- significó que no vivió para hacerse plenamente responsable del infierno de Cuba.
El mito puede decirnos tanto sobre una época como la verdad. Y, por eso, gracias a los testimonios del propio Che acerca de sus ideas y sus acciones, y gracias también a su prematura desaparición, podemos saber exactamente cuán engañados están tantos de nuestros contemporáneos con respecto a tantas cosas.
El Che Guevara: una violenta, selectiva y fría máquina de matar.
Es posible que el Che Guevara haya estado enamorado de su propia muerte, pero mucho más enamorado estaba de la muerte de los demás. En abril de 1967 resumió su idea homicida de justicia en su "Mensaje a la Tricontinental": "El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar".
Sus escritos anteriores también están condimentados con esta violencia retórica e ideológica. Aunque su ex novia Chichita Ferreira dude de que la versión original de sus diarios de viaje contengan la observación "siento que mi nariz se dilata saboreando el olor acre de la pólvora y la sangre del enemigo", Guevara compartió con [su compañero en aquella aventura Alberto] Granado esta exclamación: "¿Revolución sin disparar ni un tiro? Estás loco".
En otros momentos los jóvenes bohemios parecían incapaces de distinguir entre la frivolidad de la muerte como espectáculo y la tragedia de las víctimas de una revolución. En una carta a su madre, de 1954, escrita en Guatemala, donde fue testigo del derrocamiento del gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, escribió: "Aquí estuvo muy divertido con tiros, bombardeos, discursos y otros matices que cortaron la monotonía en que vivía".
La disposición anímica de Guevara cuando viajó con Fidel Castro desde México hacia Cuba a bordo del Granma queda plasmada en una carta a su esposa escrita en 1957 y publicada en el libro Ernesto: Una memoria del Che Guevara en Sierra Maestra: "Estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre".
Esa mentalidad había sido reforzada por su convicción de que Arbenz había perdido por no haber ejecutado a sus potenciales enemigos. En una carta dirigida a su ex novia Tita Infante había observado: "Si se hubieran producido esos fusilamientos, el gobierno hubiera conservado la posibilidad de devolver los golpes".
No sorprende que durante la lucha armada contra Batista, y luego de la entrada a La Habana, Guevara matara o supervisara la ejecución, con juicio sumario, de decenas de enemigos del pueblo comprobados, sospechosos y de todos aquellos que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado.
En enero de 1957, como lo indica su diario de Sierra Maestra, Guevara mató a Eutimio Guerra porque sospechaba que estaba pasando información: "Acabé con el problema dándole un tiro con una pistola del calibre 32 en la sien derecha. Sus pertenencias pasaron a mi poder". Más tarde mató a Aristidio, un campesino que expresó el deseo de abandonar la causa cuando los rebeldes siguieron avanzando. Aunque se preguntó si esta víctima "era de verdad suficientemente culpable como para merecer la muerte", no tuvo reparos para ordenar la muerte de Echavarría, hermano de uno de sus camaradas, a causa de crímenes no especificados: "Tenía que pagar el precio". En otros momentos simuló ejecuciones sin llevarlas a cabo, como método de tortura psicológica.
"Ante la duda, mátalo"
Luis Guardia y Pedro Corzo, dos investigadores de Florida que trabajan en un documental sobre Guevara, han conseguido el testimonio de Jaime Costa Vázquez, un ex comandante del ejército revolucionario conocido como "El Catalán", que sostiene que muchas de las ejecuciones atribuidas a Ramiro Valdés, quien más tarde se convertiría en ministro del Interior de Cuba, fueron responsabilidad directa de Guevara, porque Valdés estaba bajo sus órdenes en las montañas. "Ante la duda, mátalo" eran las instrucciones del Che.
Según Costa, en vísperas de la victoria, el Che ordenó la ejecución de dos decenas de personas en Santa Clara, en el centro de Cuba, adonde había llegado su columna como parte del ataque final sobre la isla. Algunos fueron fusilados en un hotel, tal como ha escrito Marcelo Fernández Sayas, otro ex revolucionario que se hizo periodista, y quien agregó que entre los ejecutados había campesinos que se habían unido al ejército sólo para escapar al desempleo.
Pero "la fría máquina de matar" no manifestó todo el alcance de su rigor hasta que, inmediatamente después de la caída del régimen de Batista, Castro lo puso a cargo de la cárcel de La Cabaña. Era una fortaleza de piedra usada para defender a La Habana de los piratas ingleses en el siglo XVIII; más tarde se convirtió en una barraca militar. De una manera que recuerda de forma escalofriante a Lavrenti Beria, Guevara fue responsable, durante la primera mitad de 1959, de uno de los períodos más oscuros de la revolución.
José Vilasuso, abogado y profesor de la Universidad Interamericana de Bayamón, en Puerto Rico, quien perteneció al cuerpo que estaba a cargo de los procesos judiciales sumarios en La Cabaña, me contó: "El Che dirigió la Comisión Depuradora. El proceso se regía por la ley de la sierra: tribunal militar de hecho y no jurídico, y el Che nos recomendaba actuar con convicción. Es decir, con la convicción de que todos eran asesinos y de que la forma revolucionaria de proceder era ser implacables. Miguel Duque Estrada era mi jefe inmediato. Mi función era legalizar profesionalmente la causa y pasarla al ministerio fiscal, sin juicio propio alguno. Se fusilaba de lunes a viernes. Las ejecuciones se llevaban a cabo de madrugada, poco después de que la sentencia fuera dictada y confirmada en forma
automática por el cuerpo de apelación. La noche más siniestra que recuerdo se ejecutaron siete hombres".
Sin excepciones
Javier Arzuaga, el capellán vasco que daba consuelo a los sentenciados a muerte y que presenció docenas de ejecuciones, habló conmigo desde su hogar en Puerto Rico. Ex sacerdote católico, ahora de 75 años, recordó que en la cárcel de La Cabaña "había 800 hombres hacinados en un espacio pensado para no más de 300: militares batistianos o miembros de algunos de los cuerpos de la policía, periodistas, empresarios o comerciantes".
"El juez no tenía por qué ser hombre de leyes; sí, en cambio, pertenecer al ejército rebelde, al igual que los compañeros que ocupaban con él la mesa del tribunal. Casi todas las vistas de apelación estuvieron presididas por el Che Guevara. No recuerdo ningún caso cuya sentencia fuera revocada en esas vistas. Todos los días yo visitaba la «galera de la muerte», donde permanecían los prisioneros desde que eran sentenciados a muerte. Corrió la voz de que yo hipnotizaba a los condenados antes de salir para el paredón y que por eso se daban tan fáciles las cosas, sin escenas desagradables, y el Che Guevara ordenó que nadie fuera conducido al paredón sin que yo estuviera presente. Asistí a 55 fusilamientos hasta el mes de mayo, cuando me fui. Eso no quiere decir que no se siguiera fusilando. Herman Marks era un americano, se decía que era prófugo de la Justicia. Lo llamábamos «el carnicero» porque gozaba gritando «pelotón, atención, preparen, apunten, fuego».
"Conversé varias veces con el Che para interceder por determinadas personas. Recuerdo bien el caso de Ariel Lima, que era menor de edad, pero fue inflexible. Lo mismo puedo decir de Fidel Castro, a quien acudí también en dos ocasiones. Yo estaba muy traumatizado y a fines de mayo me sentía tan mal que me ordenaron abandonar la parroquia de Casa Blanca, dentro de cuyos límites se encontraba La Cabaña y donde yo había celebrado misa en los últimos tres años. Me fui a México para un tratamiento. Cuando nos despedimos, el Che Guevara me dijo: «Hemos fracasado los dos. Cuando nos quitemos las caretas, seremos enemigos frente a frente»."
¿Cuántas personas fueron asesinadas en La Cabaña? Pedro Corzo calcula que alrededor de 200 personas, cifra similar a la que da Armando Lago, un profesor de economía retirado que compiló una lista de 179 nombres como parte de un estudio de ocho años de duración sobre las ejecuciones en Cuba. Vilasuso me dijo que fueron ejecutadas 400 personas entre enero y fines de junio de 1959 (momento en el que el Che dejó de estar a cargo de La Cabaña). Los cables secretos enviados por la embajada estadounidense en La Habana al Departamento de Estado en Washington hablaban de "más de 500".
Según Jorge Castañeda, uno de los biógrafos de Guevara, un vasco católico simpatizante de la revolución, el fallecido padre Iñaki de Aspiazu, habló de 700 víctimas. Félix Rodríguez, un agente de la CIA que fue miembro del equipo que estuvo a cargo de la búsqueda y persecución de Guevara en Bolivia, me dijo que, tras la captura, interrogó a Guevara acerca de las "más o menos 2000 ejecuciones" de las que había sido responsable durante su vida. "Dijo que eran todos agentes de la CIA y no cuestionó la cifra", recuerda Rodríguez.
El número más alto posiblemente incluye las ejecuciones que se llevaron a cabo durante los meses posteriores al momento en el que el Che dejó de estar a cargo de la prisión. Y eso nos lleva de vuelta a Carlos Santana y su muy chic remera del Che.
En una carta publicada en El Nuevo Herald el 31 de marzo de este año, el gran músico de jazz Paquito D´ Rivera criticó a Santana por su atuendo en la entrega de los Oscar, y añadió: "Uno de esos cubanos fue mi primo Bebo, preso allí por ser cristiano. El escuchaba desde su celda los fusilamientos de muchos que morían gritando «¡Viva Cristo Rey!»"
El Che, un megalómano con ansias de poder
El deseo de poder del Che tenía otras maneras de expresarse aparte del asesinato. La contradicción existente entre su pasión por viajar -una manera de protestar contra las restricciones oprimentes del Estado- y su impulso por convertirse él mismo en un Estado opresor resulta patética.
Cuando escribió sobre Pedro de Valdivia, conquistador de Chile, Guevara Reflexionaba: "El pertenecía a esa clase singular de hombres que la especie produce rara vez, en quienes el ansia de poder ilimitado es tan extremo que para conseguirlo cualquier sufrimiento parece natural". Podría haberse descripto a sí mismo con esos términos.
En su vida adulta, su megalomanía se manifestó a través del impulso predatorio de apoderarse de la vida y la propiedad de otros, aboliendo así su libre albedrío. En 1958, después de tomar la ciudad de Sancti Spiritus, Guevara intentó, sin éxito, imponer una suerte de sharia, regulando así las relaciones entre hombres y mujeres, el consumo de alcohol y las apuestas informales. Un puritanismo que no caracterizaba exactamente a su propio estilo de vida.
También ordenó a sus hombres que robaran bancos, decisión que justificó en una carta dirigida a Enrique Oltuski, uno de sus subordinados, en noviembre de ese año: "Las masas oprimidas aceptan robar los bancos porque no tienen ni una moneda". Esta idea de revolución como una licencia para redistribuir la propiedad tal como a él le parecería adecuado llevó al marxista puritano a apoderarse de la mansión de un emigrante después del triunfo de la revolución.
El impulso de despojar a otros de sus propiedades y a reclamar la propiedad del territorio ajeno fue un elemento central en la cruda política de poder de Guevara. En sus memorias, el líder egipcio Gamal Abdel Nasser registra que Guevara le preguntó cuántas personas habían abandonado su país a causa de las reformas. Cuando Nasser le respondió que no se había ido nadie, el Che replicó, furioso, que la manera de medir la profundidad de un cambio es por medio del número de personas "que sienten que no hay lugar para ellos en la nueva sociedad". Este instinto predatorio alcanzó su punto más alto en 1965, cuando empezó a hablar, como si fuera Dios, del "Hombre Nuevo" que él y su revolución crearían.
La obsesión del Che por el control colectivista lo llevaría a colaborar en la formación del aparato de seguridad que se puso en marcha para sojuzgar a seis millones y medio de cubanos. A principios de 1959, se llevó a cabo una serie de reuniones secretas en Tarará, cerca de La Habana, en la mansión a la que el Che se había retirado temporalmente para recuperarse de una enfermedad. Allí fue donde los dirigentes máximos, incluyendo a Castro, diseñaron el Estado policial cubano.
Ramiro Valdés, subordinado del Che durante la guerra de guerrilla, fue puesto a cargo del G-2, un cuerpo organizado según el modelo de la Cheka. Angel Ciutat, un veterano de la Guerra Civil española enviado a los soviets que había estado muy próximo a Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, y que más tarde cultivó la amistad del Che, desempeñó un papel clave en la organización del sistema, junto con Luis Alberto Lavandeira, quien había desempeñado el cargo de supervisor en La Cabaña.
El propio Guevara se hizo cargo del G-6, el cuerpo encargado de adoctrinar ideológicamente a las fuerzas armadas.
La oportunidad perfecta
La invasión de Bahía Cochinos, respaldada por Estados Unidos en abril de 1961, se convirtió en la ocasión perfecta para consolidar el nuevo Estado policial, con el arresto de decenas de miles de cubanos y una nueva serie de ejecuciones. Tal como Guevara le dijo al embajador soviético Sergei Kudrivtsev, los contrarrevolucionarios jamás volverían "a alzar la cabeza".
"Contrarrevolucionario" es el término que se aplicaba a cualquiera que se apartara del dogma. El sinónimo comunista de "hereje". Los campos de concentración eran una de las formas que el poder dogmático empleaba para eliminar el disenso. La historia atribuye al general español Valeriano Weyler, capitán general de Cuba a fines del siglo XIX, haber empleado por primera vez el término "concentración" para describir la política de cercar las masas de potenciales opositores con alambres de púas y empalizadas. Qué adecuado resulta que los revolucionarios cubanos retomaran esa tradición autóctona más de medio siglo más tarde.
Al principio, la revolución movilizó voluntarios para construir escuelas y trabajar en puertos, plantaciones y fábricas; exquisitas oportunidades para fotos del Che estibador, el Che recolector de caña, el Che obrero textil. Pero no transcurrió mucho tiempo para que el trabajo voluntario se hiciera un poco menos voluntario: el primer campo de trabajos forzosos, Guanahacabibes, se estableció en el oeste de Cuba a fines de 1960. Así es como el Che explicó la función que cumplía este método de reclusión: "A Guanahacabibes se manda a la gente que no debe ir a la cárcel, la gente que ha cometido faltas a la moral revolucionaria de mayor o menor grado... Es trabajo duro, no trabajo bestial".
Este campo fue el precursor del posterior confinamiento sistemático, que empezó en 1965 en la provincia de Camagüey, de disidentes, homosexuales, católicos, testigos de Jehová, sacerdotes afro-cubanos y otra escoria semejante, bajo el estandarte de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción. Apiñados en ómnibus y camiones, los "ineptos" eran transportados a punta de pistola a los campos de concentración organizados según el modelo de Guanahacabibes. Algunos nunca regresarían, otros serían violados, golpeados o mutilados; y casi todos quedarían traumatizados de por vida, tal como lo reveló al mundo un par de décadas atrás el desgarrador documental de Néstor Almendros, Improper Conduct.
Así, la revista Time tal vez no dio del todo en el blanco en agosto de 1960, al describir la división del trabajo de la revolución en una nota de tapa que asignaba al Che Guevara la función de "cerebro" y a Fidel Castro el "corazón" y a Raúl Castro el "puño". Pero esa interpretación reflejaba el rol crucial desempeñado por Guevara en la transformación de Cuba en un bastión del totalitarismo.
El Che era un candidato improbable a la pureza ideológica, dado su espíritu bohemio, pero durante los años de entrenamiento en México y el siguiente período de lucha armada en Cuba emergió como el ideólogo comunista infatuado con la Unión Soviética, para gran incomodidad de Castro y de otros que eran esencialmente oportunistas dispuestos a usar los medios que fueran necesarios para llegar al poder. Cuando los revolucionarios en ciernes fueron arrestados en México en 1956, Guevara fue el único que admitió que era comunista y que estaba estudiando ruso. Durante la lucha armada en Cuba, forjó una fuerte alianza con el Partido Socialista Popular (el partido comunista de la isla) y con Carlos Rafael Rodríguez, un elemento clave de la conversión al comunismo del régimen de Castro.
Esta tendencia al fanatismo convirtió al Che en un eje vital de la "sovietización" de esa revolución que tantas veces se había jactado de su carácter independiente.
Al borde de la guerra
Muy pronto después de que los barbudos llegaron al poder, Guevara tomó parte de las negociaciones con Anastas Mikoyan, el viceprimer ministro soviético que visitó Cuba. Se le confió la misión de promover las negociaciones cubano-soviéticas durante una visita a Moscú a fines de 1960. Su segundo viaje a Rusia, en agosto de 1962, fue aún más significativo, porque selló el pacto que convertiría a Cuba en una cabeza de playa nuclear soviética. Se reunió con Khrushchev en Yalta para ultimar detalles de una operación que ya se había iniciado y que involucraba la instalación de cuarenta y dos misiles soviéticos, la mitad de los cuales estaban equipados con cabezas nucleares, así como lanzamisiles y 42 mil soldados. Tras presionar a sus aliados soviéticos con el riesgo de que los Estados Unidos se enteraran de lo que estaba ocurriendo, Guevara consiguió que le garantizaran la intervención de la marina
soviética. En otras palabras, que Moscú estaba dispuesto a ir a la guerra.
Según la biografía de Guevara escrita por Philippe Gavi, el revolucionario había alardeado de que "por defender sus principios, este país está dispuesto a arriesgarlo todo en una guerra atómica inimaginablemente destructiva".
Inmediatamente después de que terminó la crisis misilística cubana -cuando Khrushchev renegó de la promesa hecha en Yalta y negoció un acuerdo con Estados Unidos a espaldas de Castro, que incluía el retiro de los misiles estadounidenses de Turquía-, Guevara le dijo a un diario comunista británico: "Si los misiles hubieran permanecido en Cuba, los hubiéramos usado, dirigiéndolos hacia el corazón mismo de los Estados Unidos, incluyendo Nueva York, para defendernos de la agresión". Y un par de años más tarde, en las Naciones Unidas, fue fiel a sus principios: "Como marxistas, hemos mantenido que la coexistencia pacífica entre naciones no incluye la coexistencia entre explotadores y explotados".
Guevara se distanció de la Unión Soviética en los últimos años de su vida. Lo hizo por razones erróneas, acusando a Moscú de ser demasiado blanda ideológica y diplomáticamente, por hacer demasiadas concesiones. En octubre de 1964, un memorando escrito por Oleg Daroussenkov, un funcionario soviético cercano al Che, cita estas palabras de Guevara: "Pedimos armas a los checos; nos rechazaron. Después se las pedimos a los chinos; dijeron que sí pocos días después, y ni siquiera nos cobraron, diciendo que no se le venden armas a un amigo".
En realidad, Guevara estaba resentido por el hecho de que Moscú les pedía a los otros miembros del bloque comunista, incluyendo Cuba, algo a cambio de la colosal ayuda y el respaldo político que les prestaba.
Su ataque final contra Moscú se produjo en Argel, en febrero de 1965, en una conferencia internacional, donde acusó a los soviéticos de haber adoptado la "ley del valor", es decir, el capitalismo. Su ruptura con los soviéticos, en suma, no fue un grito de libertad. Fue un aullido al estilo de Enver Hoxha exigiendo la subordinación total de la realidad a una ciega ortodoxia ideológica.
El Che, antítesis brutal de Alberdi
El gran revolucionario tuvo una posibilidad de poner en práctica su visión económica -su idea de justicia social- como director del Banco Nacional de Cuba y del Departamento de Industria del Instituto Nacional de Reforma Agraria a fines de 1959, y desde principios de 1961, como ministro de Industria. El período en el que Guevara estuvo a cargo de casi toda la economía cubana fue testigo del colapso casi total de la producción azucarera, el fracaso de la industrialización y la introducción del racionamiento en el que había sido uno de los cuatro países latinoamericanos más exitosos en el terreno económico desde antes de la dictadura de Batista.
Su período al frente del Banco Nacional, durante el que imprimió billetes firmados "Che", ha sido resumido así por su segundo, Ernesto Betancourt: "Encontré en el Che una ignorancia absoluta de los principios más elementales de la economía". La capacidad de percepción de Guevara con respecto a la economía mundial fue célebremente expresada en 1961, durante una conferencia hemisférica en Uruguay, donde predijo un crecimiento del 10% en Cuba "sin ningún temor", y para 1980, un ingreso per cápita mayor que el de "Estados Unidos hoy". De hecho, para 1997, el trigésimo aniversario de su muerte, los cubanos vivían con una dieta de dos kilos de arroz y medio kilo de porotos por mes, 120 gramos de carne dos veces al año, 120 gramos de pasta de soja por semana y cuatro huevos por mes.
La reforma agraria les quitó la tierra a los ricos, pero se la dio a los burócratas, no a los campesinos. (El decreto fue redactado en la casa del Che.) En nombre de la diversificación, el área cultivada se redujo, y la mano de obra fue derivada a otras actividades. El resultado fue que entre 1961 y 1963, la cosecha se redujo a la mitad, apenas 3,8 millones de toneladas métricas. ¿Este sacrificio fue justificado por el progreso de la industrialización en Cuba? Desafortunadamente, Cuba no disponía de materias primas para la industria pesada y, como consecuencia de la redistribución revolucionaria, no tenía una moneda sólida para comprarlas y tampoco tenía siquiera productos básicos.
Para 1961, Guevara tenía que dar incómodas explicaciones a los funcionarios del gobierno: "Nuestros camaradas técnicos de las empresas han fabricado una pasta dentífrica que es tan buena como la anterior, limpia lo mismo, aunque al cabo de un tiempo se convierte en piedra".
Para 1963, se abandonaron todas las esperanzas de industrializar Cuba, y la revolución aceptó su rol de abastecedor colonial de azúcar del bloque soviético a cambio de petróleo para cubrir sus necesidades y revender a otros países. Durante las tres décadas siguientes, Cuba sobreviviría gracias a un subsidio soviético que oscilaba entre unos 65.000 y 100.000 millones de dólares.
Tras haber fracasado como héroe de la justicia social, ¿Guevara se merece un lugar en los libros de historia como genio de la guerra de guerrillas? Su mayor logro militar en la lucha contra Batista -la captura de la ciudad de Santa Clara después de haber emboscado un tren cargado de refuerzos- ha sido seriamente cuestionado. Numerosos testimonios indican que el comandante del tren se rindió de antemano, tal vez después de aceptar un soborno.
Inmediatamente después del triunfo de la revolución, Guevara organizó ejércitos guerrilleros en Nicaragua, la República Dominicana, Panamá y Haití, todos los cuales fueron aplastados. En 1964, envió a la muerte al revolucionario argentino Jorge Ricardo Masetti, convenciéndolo de que debía lanzar un ataque contra su país natal desde Bolivia, justo en el momento en que se había restaurado en la Argentina la democracia representativa.
Particularmente desastrosa fue la expedición al Congo en 1965. Guevara apoyó a dos rebeldes -Pierre Mulele en el Oeste y Laurent Kabila en el Este- en su lucha contra el perverso gobierno congoleño, apoyado por Estados Unidos, así como por mercenarios sudafricanos y exiliados cubanos. Guevara pasó la mayor parte de 1965 ayudando a los rebeldes en el Este, antes de abandonar el país ignominiosamente. Luego, muy pronto, Mobutu llegó al poder e instaló una tiranía que duró décadas.
Desastre en Bolivia
En Bolivia, el Che fue derrotado nuevamente, y por última vez. Interpretó erróneamente la situación local. La reforma agraria se había realizado años atrás, el gobierno había respetado a muchas de las instituciones de las comunidades campesinas, y el ejército, a pesar de su nacionalismo, mantenía proximidad con los Estados Unidos. "Las masas campesinas no nos ayudan nada", fue la melancólica conclusión que Guevara consignó en su diario de Bolivia. Peor aún, Mario Monje, el líder comunista local, que no tenía estómago para la guerra de guerrillas después de haber sido humillado en las elecciones, condujo a Guevara a un lugar vulnerable en el sudeste del país. Las circunstancias de la captura del Che en el barranco Yuro fueron, como casi toda la expedición a Bolivia, cosas de amateur.
Guevara era sin duda audaz y valeroso, y rápido para organizar la vida sobre una base militar en los territorios bajo su control, pero no era el general Giap. Su libro "Guerra de guerrillas" enseña que las fuerzas populares pueden derrotar a cualquier ejército, que no es necesario esperar las condiciones adecuadas porque un foco insurreccional (o un pequeño grupo de revolucionarios) pueden crear esas condiciones, y que la lucha debe desarrollarse primordialmente en zonas rurales. Sin embargo, el ejército de Batista no era un ejército, sino una corrupta banda de matones sin motivación y con poca organizació n, y los focos guerrilleros, con la excepción de Nicaragua, terminaron con los foquistas reducidos a cenizas.
En las últimas décadas del siglo XIX, la Argentina tenía el segundo índice de crecimiento del mundo. En la década de 1890, el ingreso real de sus trabajadores era mayor que el de los trabajadores suizos, alemanes y franceses. En 1928, el país ocupaba el lugar número doce en el mundo por su PBI per cápita. Ese logro, que las generaciones siguientes arruinarían, se debía en gran medida a Juan Bautista Alberdi. Al igual que Guevara, a Alberdi le gustaba viajar: recorrió a pie las pampas y los desiertos del Norte a los 14 años, hasta llegar a Buenos Aires. Al igual que Guevara, Alberdi se opuso a un tirano, Juan Manuel de Rosas.
Al igual que Guevara, Alberdi tuvo la oportunidad de ejercer influencia sobre un líder revolucionario en el poder. Justo José de Urquiza, que derrocó a Rosas en 1852. Y, al igual que Guevara, Alberdi representó al nuevo gobierno viajando por el mundo, y murió en el extranjero. Pero a diferencia del antiguo y nuevo mimado de la izquierda, Alberdi jamás mató una mosca. Su libro "Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina" fue el cimiento de la Constitución de 1853, que limitó el gobierno, abrió el comercio, estimuló la inmigración y garantizó el derecho de propiedad, inaugurando así un período de 70 años de asombrosa prosperidad. No se entrometió en los asuntos de otras naciones, oponiéndose a la guerra contra Paraguay. Su imagen no adorna el abdomen de Mike Tyson.