Ha sido más una derrota de los Republicanos que una victoria de los Demócratas: buena parte de la bajada de aquéllos se ha debido al descontento de su base electoral. Algunos estaban enfadados con los Republicanos por lo que está ocurriendo en Iraq: unos porque se han vuelto contrarios a una guerra que se ha complicado más de lo previsto, sí, pero otros porque están descontentos porque no es está haciendo lo suficiente.
Muchos votantes republicanos están también desmotivados porque el partido Republicano ha olvidado buena parte de sus principios y se ha dedicado a gastar dinero como un marinero borracho, como dicen en EEUU. Es decir, descontentos con los Republicanos por parecerse a los Demócratas, lo que les ha hecho abstenerse e incluso votar al contrario como castigo.
Tampoco es exactamente un giro a la izquierda: han ganado independientes como Joe Lieberman en Connecticut, enfrentado al candidato de su propio partido Demócrata Ned Lamont, representante de la postura más claramente anti-guerra y anti-Bush. Todo un fracaso de la neopolítica en toda regla. Y en Rhode Island ha perdido el incombustible Lincoln Chaffee, senador republicano y uno de los pocos que se oponía totalmente a la guerra de Iraq. Además, la mayoría de los demócratas que han girado la tortilla son moderados (por ejemplo Shuler en Carolina del Norte), con un programa que podría pasar perfectamente por republicano en cuanto a Iraq, pena de muerte, aborto, etc. Y por último, en muchos de los referéndums de iniciativas legislativas de los estados se ha votado, por ejemplo, en contra de la extensión del aborto y del matrimonio gay.
A banda d’això, dos comentaris telegràfics.
El primer, l’eufòria dels demòcrates és comprensible i legítima, però l’eufòria de la majoria dels media, no. La seva eufòria és l'evidència inequívoca de la seva "imparcialitat".
El segon, aquests resultats no signifiquen un canvi inèdit a la política nord-americana sinó el retorn a l’equilibri tradicional entre una presidència i un legislatiu amb diferents colors polítics. És a dir, que les coses continuaran més o menys igual que sempre. Les negociacions entre l'executiu i del legislatiu seran més complexes que en els últims sis anys, però no implicaran canvis substancials de política. Però amb una diferència: la internacional mediàtica s’encarregarà de fer-nos creure el contrari. I així, ens podrem trobar amb la paradoxa de que tot allò que fins ara era dolent passi a no ser-ho tant o, fins i tot, a ser bo, si hi ha els demòcrates pel mig.
I si no us ho creieu, wait and see.