Si me permites, querido Boris, intentaré razonar algunos de los motivos de mi perpleja disidencia. Primero, el numerito me pareció más propio de la transición política que de una democracia estable. Todo rezumaba una estética muy antigua, con Víctor Manuel, Ana Belén, Serrat y el resto de sospechosos habituales de estas contiendas, todos muy divinos, todos queridos por todos nosotros, y todos más antiguos que las maracas de Machín. Por supuesto, soy una loca de las canciones de Sabina, y Serrat me emociona hasta los tuétanos, pero su trabajo artístico, perenne e intenso, no es precisamente lo más moderno del panorama. Por decirlo de forma precisa, se reunieron los de siempre y dijeron más de lo mismo. La capillita conocida, con el discurso conocido. Además, y quizás es lo que me resulta más molesto, lejos de una plataforma de apoyo a un candidato, el grupo se estructuró como una plataforma a la contra, como si el cielo estuviera a punto de caernos sobre la cabeza, como si llegara la marabunta, y los concienciados artistas tuvieran que dar su paso adelante. A vueltas con la mentalidad de la transición...
Querido Boris. El PP no me gusta nada de nada. Casi tan nada como a ti, pero estoy en contra de crear estos discursos demonizadores, que excluyen a millones de votantes de la cordura y el sentido común, que desprecian a los otros, que se elevan como si tuvieran la verdad universal y que respiran un cierto tufillo de despotismo ilustrado. Las palabras de Cuerda son propias de un pequeño déspota, y lo siento, porque me gusta Cuerda. Pero ¿es necesario despreciar hasta ese nivel a los votantes de otro partido para ganar la razón? ¿Qué pensamiento libre, crítico, razonable, existe detrás de una pendejada como esa? Yo no veo más que consigna, propaganda y servil compostura. Nada me suena a crítico. Ergo, nada me suena a libre. Por supuesto, los ataques posteriores de Rajoy, hablando de estómagos agradecidos y cánones varios, eran pura demagogia, pero ¿qué os esperabais? ¡Si se lo pusisteis a tiro! Uno no puede subir a las altas tribunas de su fama, vociferar contra millones de votantes, y esperar que no le caigan chuzos. Estratégicamente, creo que es un error de bulto. Pero, además, democráticamente es una inmoralidad. Tenemos que empezar a entender que la democracia juega a muchas cartas, que todas son lícitas y que si gana la que no nos gusta, tenemos que volver a ganarnos la razón. La razón, que no el desprecio.
El text íntegre, aquí.