Mentre la classe política catalana no se’n surt sobre la millor manera –ecològica, sostenible i climàticament correcte- de resoldre el problema d’abastament d’aigua a Barcelona si la sequera persisteix, resulta que a poc més de 150 kilòmetres de Barcelona en línia recte hi ha aculmulats més de 1.200 Hm cúbics d’aigua a l’embassament de Mequinensa. Un embassament del que sorprenentment ningú no en parla, llevat de l’Antón Uriarte en la seva anotació d’avui:
Pero a este embalse [el de Mequinensa] ni se le nombra. Es por eso normal que la mayor parte de la gente no sepa ni que existe. Por eso también se cree, de forma equivocada, que las aguas de Ebro que días pasados bajaban muy crecidas, debido a las fuertes lluvias de su cuenca alta, fueron a perderse en el mar.
Pues no, se quedaron en Mequinenza. Lo que baja y llega luego a Tortosa y al delta depende fundamentalmente de sus desagües. Es el embalse mayor del Ebro y de los mayores de España. Sin embargo, al parecer no existe. Por ejemplo, hoy le dan en El País una página entera a un profesor de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza. Defiende a la ministra y a las plantas desaladoras. Y dice que con las crecidas no se puede hacer nada, mas que evacuarlas al mar. O sea, que ni sabe que existe Mequinenza.
Yo viajo lento, y el otro día, viniendo de Barcelona, con un tiempo magnífico, me desvié para ver cómo estaba. Pues eso, casi lleno, a pesar del cambio climático.
L'Arcadi Espada també en parlava dissabte a El Mundo:
En la serie de plagas bíblicas que azotan desde hace tiempo a este territorio tan religioso, y después de los derrumbes y los apagones, le ha tocado el turno a la sed. Barcelona atraviesa por un período de sequía, característico de la zona mediterránea. Naturalmente lo primero que ha hecho la política es calificar la situación de excepcional. Calificada la situación de excepcional, se rebaja de inmediato el nivel de exigencia en el acierto. Hasta tal punto ha llegado el blindaje de la excepción que el responsable gubernamental del Medio Ambiente se ha ido a la montaña de Montserrat a invocar la ayuda de la Virgen. Es fama y ya historia en el rap de los políticos (junto al “por-qué-no-te-callas”, de Juan Carlos, Rey; “el-lárgate-pobre-gilipollas”, de Nicolas Sarkozy y el “hola-hola-felicidades”, de Bush) la plegaria agnóstica del consejero Baltasar a la Virgen negra: “Ja-saps-que-sóc-agnòstic-però-si-pots-fer-quelcom-fes-ho”. Estaríamos, pues, ante una sequía no ya excepcional, sino declaradamente sobrenatural.
Pero, por supuesto, no sucede nada de eso. Es cierto que el actual período de sequía barcelonés es importante; pero el de mitad de los años setenta, e incluso el de los comienzos de este siglo, fueron peores. La propia Agencia Catalana del Agua lo recoge en un documento sobre la pluviometría acumulada en la ciudad de Barcelona desde el año 1941: “[los datos actuales] son sintomáticos de la gravedad de la situación (…) pero en el caso de Barcelona la situación no se puede llegar a calificar de extraordinaria”.