La dictadura dels germans Castro ha sofert una derrota. Una d'aquelles derrotes que, per petites, no ho semblen però que acaben corcant la carcassa de l'imbècil socialisme tropical. Parlo del judici contra el roquero cubà Gorki, acusat d'un delicte de "perillositat predelictiva", última aportació revolucionària de Cuba al dret penal. Per primer cop, un grapat de joves amb una escletxa d'accés a internet han aconseguit derrotar el règim i alliberar, amb l'única condemna al pagament d'una multa, al cantant cubà. Ho explica maravellosament Yoani Sánchez en una detallada cronologia dels fets. A uns quants de la meva quinta, el relat els recordarà en molts dels seus aspectes indesitjables temps pretèrits.
Jueves, 8:35 p.m. Nos ubicamos en la zona izquierda de la tribuna, lo más cerca del escenario que pudimos llegar y lejos de un grupo que portaba gruesos palos con sus correspondientes banderas cubanas. Polito Ibáñez y Pablo Milanés acababan de terminar la canción “La soledad” y una breve pausa nos dio la oportunidad para que se escucharan nuestros gritos. Al llamado de uno, dos y tres, Claudia y yo desplegamos la tela que duró apenas unos segundos en el aire. Recuerdo que pudimos clamar –al menos en tres ocasiones– el nombre de Gorki. Gente vestida de civil salieron de todas partes y nos arrancaron la sábana pintada con spray negro. A las mujeres nos cayeron encima unas fornidas damas para halarnos los pelos y sacudirnos. Los hombres llevaron la peor parte cuando un supuesto “pueblo enardecido” les aplicó profesionales llaves de kárate para neutralizarlos. Recuerdo el miedo en la cara de los espectadores que no se esperaban nuestra acción; también la estampida de los que corrían dejando hasta los zapatos y el trozo de cartel que pude conservar en una mano. Ciro y Emilio fueron golpeados y arrastrados hacia la zona de seguridad a un costado de la tribuna. Claudia logró escapar, Hebert también y yo me zafé de una mano que me agarraba mientras llamaban por refuerzos. En ese mismo momento una amiga era arrestada en la zona para invitados, por escribir un papel pidiéndole a Pablo unas palabras de condena por la detención de Gorki. La segunda sábana nunca pudo ser desplegada.
Jueves, 8:45 p.m. El público cercano al incidente se dispersó y en la esquina decenas de policías comenzaron a tirarse de los camiones. Ciro y Emilio apenas se veían en medio de un amasijo de militares con tonfas y fornidos civiles que los golpeaban repetidas veces. Claudia y yo nos reencontramos y decidimos salir de la tribuna para conectarnos a Internet inmediatamente y contar lo ocurrido. Nunca me han parecido más inhóspitas las calles del Vedado, con policías requisando en cada esquina, como esa noche del jueves. Pensamos en pedir ayuda, pero en una casa a la que fuimos nos dijeron por lo claro que teníamos que irnos. Decidimos entonces separarnos con el presentimiento que quizás lo peor llegaría después.