A diferència del Nobel concedit a Saramago, el Nobel a Mario Vargas Llosa serà pol·lèmic. L'oliós oceà de la correcció política no li perdona l'haver abandonat l'esquerra llatino-americana pel liberalisme cosmopolita. Li cou la seva deserció del comunisme per passar-se no ja a la socialdemocràcia sinó al "capitalisme salvatge". Li reventa la seva defensa dels drets individuals i la ciutadania universal en contraposició a les utopíes del col·lectivisme social, racial o ètnic. Saramago es mereixia el Nobel, perquè era comunista i d'esquerres i els seus llibres expliquen la veritat. Vargas Llosa no se'l mereix perquè és de dretes i els seus llibres propaguen la mentida. Així de clar. Així de simple.
Llàstima que s'imposi, tossuda, la literatura.
"Había mucho tráfico. El chofer, maniobrando, consiguió abrirse paso entre una guagua con racimos de gente colgada de las puertas y un camión. Frenó en seco, a pocos metros de la gran fachada de cristales de la ferretería Reid. Al saltar del taxi, con el revólver en la mano, Antonio alcanzó a darse cuenta que las luces del parque se encendían, como dándoles la bienvenida. Había limpiabotas, vendedores ambulantes, jugadores de rocambor, vagos y mendigos pegados a las paredes. Olía a fruta y frituras. Se volvió a apurar a Juan Tomás, que, gordo y cansado, no conseguía correr a su ritmo. En eso, estalló la balacera a sus espaldas. Una gritería ensordecedora se levantó alrededor; la gente corría entre los autos, los carros se trepaban a las veredas. Antonio oyó voces histéricas: «¡Ríndanse, carajo!». «¡Están rodeados, pendejos!» Al ver que Juan Tomás, exhausto, se paraba, se paró también a su lado y comenzó a disparar. Lo hacía a ciegas, porque caliés y guardias se escudaban detrás de los Volkswagen, atravesados como parapetos en la pista, interrumpiendo el tráfico. Vio caer a Juan Tomás de rodillas, y lo vio llevarse la pistola a la boca, pero no alcanzó a dispararse porque varios impactos lo tumbaron. A él le habían caído muchas balas ya, pero no estaba muerto. «No estoy muerto, coño, no estoy.» Había disparado todos los tiros de su cargador y, en el suelo, trataba de deslizar la mano al bolsillo para tragarse la estricnina. La maldita mano pendeja no le obedeció. No hacía falta, Antonio. Veía las estrellas brillantes de la noche que empezaba, veía la risueña cara de Tavito y se sentía joven otra vez." (La Fiesta del Chivo)