La cruz es un símbolo religioso. A diferencia del burka, por ejemplo. El burka es, primeramente, una máscara textil. Aunque eso interesa tanto como la consideración de que una bandera es un trapo: la actividad del burka, como la de la bandera, está en su vertiente simbólica y el burka simboliza, con independencia de la opinión del sujeto paciente, una opresión. De ahí que las derechas españolas hayan hecho muy bien en exigir al gobierno que lo prohíba en el espacio público; contra la opinión de la izquierda, que ha vuelto a preferir el relativismo a la libertad y el tacticismo a la verdad. No es la hipotética naturaleza religiosa del burka la que lleva a los ciudadanos a exigir su prohibición; es su indecencia civil, que lo distingue, por cierto, del casco de motocicleta o del pasamontañas, artefactos con que la hipocresía socialdemócrata ha querido asimilarlos a la hora de vetarlos en alguna dependencia municipal. No es el burka, repito, el caso de la cruz.
Nadie puede discutir las atrocidades que se han cometido en nombre de la cruz y enarbolándola, materialmente, en el campo de batalla y ante la hoguera de las inquisiciones. Puede decirse lo mismo, por ejemplo, de la hoz y el martillo, aunque la cruz haya expandido durante mucho más tiempo la barbarie. Pero este sentido de la cruz ya no rige: hoy la cruz es sólo un símbolo de determinadas opiniones trascendentes.
Seguiu llegint.