HERMANN TERTSCH:
Objetivo cumplido. Televisiones de todo el mundo abren horas después sus informativos con estas imágenes. Niño palestino arrollado por un israelí. Un ultraderechista judío atropella a un niño palestino. Fanático judío arrolla a un niño palestino. El mensaje de obligada asimilación es que un furibundo racista, fanático religioso y colono usurpador israelí vio a unos niños palestinos jugando felices e inocentes y, decidido por odio a hacer el mal, se lanzó contra ellos a ver a cuántos mataba. Algún iluso dirá que las cosas no sucedieron así. Que un enjambre de niños estaba apostado para apedrear a los vehículos que pasaban y que muchos de ellos se dirigieron directamente a este coche con ánimo de hacer todo el daño posible al vehículo y a sus ocupantes. Y que algunos, entre ellos el atropellado, se lanzaron por delante hacia el coche para intentar que se parara y sus ocupantes quedaran a merced de los agresores. Nadie sabe lo que habría sucedido de haber sido así. Lo que parece fácilmente imaginable es que ninguno de los cámaras o fotógrafos presentes habría hecho nada por ayudar a los ocupantes del vehículo agredido. Lo cierto es que la colisión fue inevitable. Y que el conductor paró un instante el coche para ver qué les había pasado a los niños. Poniendo en riesgo su integridad física, rodeado de agresores niños y adultos. Cualquier conductor agredido a pedradas por una turba en un suburbio europeo o norteamericano habría acelerado en pánico, se habría llevado por delante a quien fuera, y no habría parado hasta estar muy lejos y sentirse seguro. Fuera judío o árabe, colono o catedrático, fanático o humanista, el conductor se comportó de la mejor manera posible. Es fácilmente deducible de las imágenes. Da igual. El mensaje tenía que ser otro y lo fue.