Adéu a Nihil Obstat | Hola a The Catalan Analyst

Després de 13 anys d'escriure en aquest bloc pràcticament sense interrumpció, avui el dono per clausurat. Això no vol dir que m'hagi jubilat de la xarxa, sinó que he passat el relleu a un altra bloc que segueix la mateixa línia del Nihil Obstat. Es tracta del bloc The Catalan Analyst i del compte de Twitter del mateix nom: @CatalanAnalyst Us recomano que els seguiu.

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diumenge, 28 de maig del 2006

Serà Florència el futur d'Europa?

Aquesta és la pregunta que es formula en veu alta Timothy Garton Ash en un article publicat avui al diari "El país". Una pregunta sense resposta acadèmica o política, però en la seva formulació rica en suggeriments i evocacions. No per res, Garton Ash prové d'aquèlla generació dels anys seixanta que ha passat de les respostes a les preguntes. De les certeses al dubte. De l'oracle a l'error.
Entre aburridos bostezos de la mayoría de nuestros ciudadanos, los intelectuales políticos de Europa están de acuerdo en que la Unión Europea necesita un nuevo modelo narrativo que nos inspire. ¿Cuál debe ser? Ah, dicen algunos, pues la narración de la diversidad. A primera vista, es una respuesta extraña. Lo lógico es que la nueva narración política se centre en la pregunta "¿qué tenemos todos en común?"; "¡que somos diferentes!" no parece suficiente respuesta. La fórmula europea más convencional es "la unidad en la diversidad"; ¿pero dónde está la unidad?

En la gran era de la Florencia renacentista, la diversidad era verdaderamente el motor de la extraordinaria creatividad de Europa. Hay un libro maravilloso titulado The european miracle [El milagro europeo], del historiador económico E. L. Jones, que examina por qué fue Europa, y no China -más avanzada científica y tecnológicamente que Europa en el siglo XIV-, la que produjo las revoluciones científica, agraria e industrial que llevaron al mundo a la modernidad. Su respuesta, para resumir, es: la diversidad europea. Pero era una diversidad que consistía en una rivalidad incansable, a menudo violenta, entre ciudades, regiones, Estados e imperios. Florencia y Siena, Inglaterra y Francia, la Europa cristiana y el Imperio Otomano; no resolvían sus diferencias mediante acuerdos de coalición y negociaciones interminables en asfixiantes salas de comisiones de la Rue de la Loi, en Bruselas. Invirtiendo el famoso dicho de Churchill después de la Segunda Guerra Mundial, se dedicaban a la guerra, y no a la charla.

Muchos lectores recordarán el discurso que Orson Welles ponía en boca del gánster Harry Lime en la película basada en El tercer hombre, de Graham Greene: "En Italia, durante 30 años de Gobierno de los Borgia, tuvieron guerra, terror, asesinatos, baños de sangre, y produjeron a Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, tienen amor fraterno, 500 años de paz y democracia, ¿y qué han producido? El reloj de cuco". ¿Será que Europa ha entrado en su era del reloj de cuco?

Por supuesto, no estoy sugiriendo que lo que necesitemos en Europa sea otra buena dosis de guerra, terror y baños de sangre; reflexiono en voz alta sobre las condiciones necesarias para que la diversidad genere dinamismo y creatividad. Lo que debemos preguntarnos hoy todos los europeos es si el camino que hemos escogido desde que terminó nuestra última guerra de los 30 años (de 1914 a 1945), el camino de la resolución de conflictos permanente, institucionalizada y pacífica, tanto dentro de casa como en el terreno internacional -e inspirado por el "espíritu de solidaridad y consenso" que el ex presidente de la Comisión Europea Romano Prodi ha prometido reconstruir en su nuevo Gobierno italiano-, es capaz de engendrar un dinamismo comparable al de Estados Unidos, para no hablar de las potencias emergentes de Asia.
(...)
Un futuro probable es que, después de haber escogido esta vía de gestión pacífica y consensuada de la diversidad, Europa atraviese un largo periodo de relativo declive económico. Pero un declive relativo no tiene por qué ser un declive absoluto. Si los europeos somos conscientes de la opción que hemos escogido; si no nos engañamos a nosotros mismos con la idea de que podemos tener todas las ventajas, disfrutar de la solidaridad social y el modo de vida de Europa, y, al mismo tiempo, tener el empuje económico de América y Asia; si nos movilizamos para hacer todas las reformas que permitan nuestros sistemas políticos y nuestros acuerdos sociales, entonces podremos seguir viviendo bastante bien. Al fin y al cabo, a Florencia no le va tan mal después de 500 años de declive relativo. Tal vez Florencia es el futuro de Europa.